Película esta que quedará sepultada bajo la excesiva e inofensiva mixtura fílmica en pocas mensualidades. Es lo que tienen las buenas intenciones y ofrecer un menú sin sobresaltos. Ahora bien, la fácil digestión de Delicioso es de agradecer; pues ya desde su tráiler demandaba un público necesitado de clemencias, poco discurrir y nada de cancelación.
Si en Ratatouille el tagline era que “cualquiera puede cocinar”, Eric Besnard democratiza la pitanza para manifestar que todo el mundo tiene derecho a degustar un buen plato. Situar su drama en los albores de la Revolución Francesa —conflicto social, político y, gracias a María Antonieta, también culinario— aporta los conflictos necesarios para un libreto de cortesanos de aborregadas pelucas y risas histéricas, cocineros tan sublimes como doblegados, romances insospechados y desagravios académicos.
Así es. Todo en Delicioso está hecho para gustar; para lo bueno y para lo malo. A positivar un preámbulo convincente y definitorio y una fotografía de paisajes y bodegones de lo más exquisita. Seamos buenos, que hacían tiempo que no pasaba por aquí.
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