En Un lugar tranquilo 2 —como sucedía en la primera parte— nadie pretende salvar a la humanidad sino tutelar instantes y proteger la estirpe. Resulta mucho más atrayente apuntar hacia un núcleo familiar, con el que podamos empatizar, que buscar constantemente al monstruo de la pantalla final. La tierra está en peligro, lo sabemos; pero no tenemos ni idea de lo que está pasando fuera de esa encantadora población del Medio Oeste de Estados Unidos y no nos importa. Es más, ni siquiera sabemos si están en el Medio Oeste de Estados Unidos.
Las violentas criaturas que despedazan humanos, y que no sabemos de qué viven ya que no se los comen, vuelven a ser las mismas; siguen siendo ciegas y siguen utilizando su extraordinario oído para aniquilar a sus presas. Si en el inicio de esta saga, las palabras eran sustituidas por una legión de conflictos, esta vez los diálogos ocupan más espacio y la misión no es solo sobrevivir sino alcanzar un destino en el que estar a salvo.
Es esta una película a la que entrar sin miramientos y sin cuestionarse todos esos aspectos trampa o poco desarrollados. No importa el estridular constante de las chicharras desdeñado por los alienígenas ni que la capacidad de sorpresa de la primera parte se haya perdido por completo, lo que importa es que sigue manteniendo la tensión de un entretenimiento perfectamente orquestado, que tiene un gran prólogo y que cierra, al igual que la de 2018, con un final tan abierto como esperanzador. No obstante, se empieza a percibir bastante que lo único que interesa (cosa de productores) es lo de que sea abierto. Habrá tercera parte, seguro.
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