Dentro de esta burbuja de muertos vivientes que nos asola desde hace años y que, incluso, llevó al senador de Compromís, Carles Mulet, a interpelar al Gobierno sobre si tenía alguna clase de protocolo ante un apocalipsis zombi, solo queda resignarse y esperar el musical.
Sí. No soy buen asistente para estas lides; cada uno tiene sus prejuicios y, por más que lo intento, no le veo la gracia a la reiteración de códigos —por más que lo llamen reinterpretación—y a llenar la pantalla de maquillaje y CGI.
Zach Snyder, del que no veía una película desde aquellas tres centenas de espartanos (que empiecen los insultos), es el hacedor del último ofrecimiento de come cerebros. Esta vez, el contagio zombi ha sitiado la Ciudad del Pecado y el “hagan juego” se ha sustituido por “tonto el último”. Sin embargo, como lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas, la administración pertinente ha rodeado la urbe de barricadas y ha colmado su periferia de campos de refugiados. Un grupo de mercenarios, comandado por un antiguo luchador de Wrestling (Pressing Catch para los de la EGB), decide entrar para llevarse el dinero de la caja fuerte de un casino. Una excesiva propuesta que entretendrá a los incondicionales, pero que a mí se me ha hecho un par de horas larga.
A positivar, eso sí, una buena introducción in media res que augura precuela, unos créditos fascinantes, el tigre de Mike Tyson muertito y coleando y que el origen de la epidemia fuera una mamada.
Por cierto, el ejecutivo interpelado por aquel senador de Compromís respondió que no se disponía de protocolos para el fin del mundo porque, en sus propias palabras, “poco se puede hacer llegado ese momento”.
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