Nuevo orden es una película advertencia que no parte de la tan manoseada acusación ecológica sino de esas visibles desigualdades sociales que cíclicamente, como las pandemias, suelen terminar por estallar. En los primeros compases de la narración, el espectador entra en el vídeo de boda de una adinerada pareja mexicana; un paseo secuencia en el que detectamos los sobres que van y vienen, el cohecho que impera, las drogas recreativas de los cachorros de la burguesía, los coches siempre negros que estacionan en la entrada y las pláticas ociosas. La clase alta mexicana disfruta despreocupada del enlace, ignorando que, cual Arca Rusa, se sobreviene la revolución bolchevique.
Hay que intentar separar y no estar constantemente buscando el posicionamiento del autor. En el grupo, sea cual sea el color de este, impera la maldad y son solamente escasas individualidades las poseedoras de indulgencia. Nuevo orden es desmorone político que acaba en golpe armado. Un retrato duro y excesivamente cercano que agita por su crudeza y por la poca clemencia con sus personajes. Una mirada —con el claro enfoque de incomodar a todo el mundo— a una guerra de desequilibrios que nunca tendrá vencedores. Si nos ubicamos ante el ejercicio, reparando en él como una simple manifestación fílmica, percibiremos el ritmo sostenido de una propuesta ambiciosa rodada con buen pulso. Si interesa el mensaje: cada uno extraerá el suyo. Es lo que tiene la globalización, la polarización y, por supuesto, el cine.
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