Pues sí. Parece una gacetilla de turismo de Donosti donde, además, los personajes machacan su entusiasmo hacia la ciudad de tal manera que se vuelve ridículo (aunque yo opine lo mismo que todos ellos sobre la capital guipuzcoana). No entiendo bien esa expresión manoseada de ‘película menor’; no obstante sí puedo comprobar en la pantalla la sobradez e, incluso, la pereza que el cineasta ha transportado a la historia principal: la del hombrecillo con un constante miedo a la enfermedad, al amor no correspondido y a no poder acabar su gran e inaugural obra. Las referencias al cine —a su amado cine europeo— son insertos catárticos que consiguen que las andanzas de los actores por el Zinemaldia parezcan las ensoñaciones. El espectador (y por espectador entiéndase a mí) está deseando durante hora y media que el señor Allen vuelva a meternos en el testimonio del celuloide en blanco y negro y cuatro tercios. No busca esfuerzos en el cinéfilo medio (y por cinéfilo medio entiéndase a mí), pues sus recreaciones son de películas monumentales y preceptivas. Aún así son las alusiones justas y necesarias.
Pues sí. Puedo entender todo lo que se dice de Rifkin’s festival; incluso compartirlo. Pero a mí me ha gustado. Es más, me lo he pasado en grande.
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