Entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el principio de la guerra de Vietnam no hubo paz en la Norteamérica rural. Donald Ray Pollock se encargó de ello. Su novela El diablo a todas horas ficcionó de forma inquietante, violenta, perversa, mezquina y grotesca los avatares de disonantes personajes unidos por el fanatismo. La adaptación a la pantalla —que ya no es grande sino doméstica— no ha podido soportar los adjetivos del libro; aunque, no obstante, se ha compuesto como un trabajo aceptable. Entiendo que mi amigo Paco no quiera ver el filme basado en uno de sus libros preferidos. Y lo he intentado hasta diciéndole que la voz del narrador es la del propio Donald Ray. Pero no. No quiere.
El joven director neoyorquino Antonio Campos, autor de Afterschool y Simon Killer y productor de Marta Marcy May Marlene (primera crítica de este humilde blog), ha tenido la compleja tarea de representar en imágenes las letras del “Southern Ohio Gothic” que define el estilo de Pollock.
Historia de intransigentes devotos, asesinos en serie, familias desestructuradas, gente con gorra y mono vaquero, policías corruptos y tartas de arándanos se unen en un fresco costumbrista y vehemente en El diablo a todas horas. Las peculiares gentes de Knockemstiff, donde según el preludio “vivían unas 400 personas, casi todas ellas conectadas por la sangre a través de una u otra calamidad olvidada por Dios: ya sea por lujuria o necesidad o simplemente ignorancia” son el entorno terrenal de la película. Una cinta algo irregular que se ve con gusto y a la que se le nota el control argumental, pero que no deja la estampa esperada debido, quizá, a la importante novela que representa. Será mejor que Paco no la vea.
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