Si, como dijo Roy Andersson en referencia a su anterior obra, “en Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia hay escenas oníricas que carecen de explicación”, en Sobre lo infinito parece que todo tenga que contarnos algo. O, por lo menos, eso me pareció a mí. Es una película fascinante que te hace recorrer todo el encuadre para descubrir, como si estuvieras en una exposición (que lo estás), todos los secretos de ese enfoque total, de esa profundidad de campo repleta de contenido, de esa privación de primeros planos, de esas escenas que acaban en esquina. En el cine del señor Andersson no hay panorámicas ni zooms. Su cine es como la fotografía, como la pintura y, ante todo, como las ventanas. Y, de regalo, esta vez, se ha reubicado en accesible y en interpretación patente.
El inconfundible director sueco tiene un estilo inconfundible y pictórico que ya establecía en su época de realizador publicitario. Piezas que recomiendo y que se pueden encontrar en la red con facilidad. Un estilo que no abandona para manifestarnos, con su magnífica asepsia nórdica, las etapas del ser humano, la tragicomedia del mundo. En Sobre lo infinito aparece una ciudad macilenta y en ruinas donde la tristeza no se puede expresar en público. Hay amor a primera vista y maltrato. Hay un sentido de humor extraño. Hay existencialismo fílmico.
Un pastor que ya no cree en Dios entra en la consulta de un psiquiatra a punto de echar el cierre. “He perdido la fe”, grita en la sala de espera. “Y yo no quiero perder el autobús”, le contesta el médico mientras lo expulsa. He visto una película. Se llama Sobre lo infinito.
No Comment