Su origen teatral se distingue claramente en el guion, en la economía de escenarios y en que la situación se desarrolla en tiempo real. Sin embargo, en El plan podemos mirar a la cara a tres grandes actores. Unos primerísimos primeros planos, con y sin texto, que ahondan en sus dudas, sus miserias, sus dobleces y en sus venas que se hinchan en la frente. Es innegable que el libreto original de Ignasi Vidal es más que potente. Y la película de Polo Menárguez ha ayudado a acrecentar la obra gracias a sustituir la declamación por la voz íntima y a utilizar un canal tan masivo como es el cine. Aunque lo último no sé si está funcionando, pues ayer yo fui el único espectador en la sala. Una pena.
Ramón y Andrade han quedado en casa de Paco para ejecutar un plan. Un contratiempo retrasa su misteriosa intención y tienen que permanecer en el piso esperando la solución. Un tiempo en el que los tres desamparados personajes exteriorizan sus problemas familiares, critican sus desatenciones sociales y desatan verdaderas sentencias sobre su amistad. Una historia de crisis, de muchas crisis, con la que te ríes, lloras, te identificas y que, encima, tiene un gran y sorprendente final. El plan posee, como el buen teatro y como las películas de Monicelli, un primer acto que crea, un segundo que define y un tercero que destruye. Una película que dura más que sus 80 minutos. Esperemos que hoy, en esa sala haya, por lo menos, tres personas.
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