Lo interesante de esta road movie, donde Bonnie & Clyde está presente incluso en la eufonía de su título, es que no solo muestra una huida y una crítica al racismo estadounidense y a tantos filmes reales grabados desde la cámara de un coche patrulla, sino que se trata de una primera cita. Ahí reside gran parte de lo sustancial y lo positivo del film: en una pareja que ha quedado por Tinder; y lo que se presuponía como una noche de fast food, diálogo teorizante e indolencia, sin sexo, acaba siendo el origen de un dúo icónico para la cultura popular afroamericana. Eso es hacer match.
Es complicado arrancar mejor una película. Una mujer y un hombre están sentados en una cafetería en la que se han citado a través de una aplicación. En la vuelta a casa, los desconocidos, que empiezan a no serlo, son retenidos por un policía blanco, altivo y déspota, por una pequeña infracción de tráfico. La simple multa transmuta en disparos, fuga y, sobre todo, en el imperativo de seguir conociéndose. Una economía narrativa, de afinamiento estético y formal, que se recarga en intencionalidad discursiva conforme avanza el metraje; algo que acaba padeciendo Queen & Slim como obra integral. Quizá la culpa sea de un exceso de personajes circundantes que apoyan el claro mensaje de la película, no todos ellos eficaces, y una hermosa ornamentación que a veces nos extirpa del argumento para introducirnos en el mundo del videoclip; que, por cierto, es a lo que se dedica, y de forma estupenda, Melina Matsoukas, directora de Queen & Slim. Una película templadamente entretenida, de recado loable y necesario, pero con cierto desequilibrio que no ayuda a su redondez.
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