El director Martin Scorsese, una joven montadora de 80 años llamada Thelma Schoonmaker, Robert De Niro buscando su propio William Munny, un guionista experto en una jerga tan scorsesiana como gansteril y un libro con un título tan sugestivo como He oído que pintas casas, han conseguido lo que, más o menos, se esperaba de ellos: una película muy larga, de factura impecable y —para algunos— impagable, excelentemente interpretada y perfectamente editada. Ahora entra el que rubrica: pues, aunque pueda parecer menos entretenida que sus anteriores propuestas mafiosas, El irlandés tiene mucha más alma.
Tantos plagiarios han surgido a la sombra de Goodfellas que ha tenido que ser el autor primigenio el que eche el cierre a su propio universo. Y, movimiento maestro, ha tenido que ser de forma crepuscular y dibujando cíclicamente una narración que inicia y concluye en un geriátrico. Todos los personajes secundarios de El irlandés aparecen junto a un rótulo que describe su, casi siempre, violento desenlace. Sin embargo, son los que sobreviven y llegan a ancianos los que se dan cuenta de las consecuencias de una vida dedicada al crimen. La melancolía, la desmitificación y el ocaso del antihéroe siempre han interesado más que la del héroe. Simplemente, fijándonos en Sin Perdón (sí, nombro otra vez esta obra magna), en Grupo Salvaje o en El crepúsculo de los dioses, nos podemos dar cuenta de cómo necesitamos acercarnos a nuestra propia redención a través de la de sus protagonistas. Quizá sea simple casualidad o que las páginas del libro en las que se basa El irlandés son las memorias de un estafador, veterano de guerra y sicario de la mafia llamado Frank Sheeran. Eso no es importante, porque estamos hablando de cine. Y, en este caso, de gran cine.
Las voces en off, el excelso manejo de la banda sonora, los planos secuencia marca de la casa —atención a la escena de la barbería— y la violencia como maniobra de protección siguen estando presentes. Pero, esta vez, además, la película tiene nostalgia. Y eso me ha cogido desprevenido.
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