En The rider nunca advertimos una ciudad completa. Vemos pequeñas casas prefabricadas y desperdigadas por la cañada. Todo es esencial, individual y natural. El intimismo que una directora nacida en China, que ha pasado su adolescencia en Brighton y ahora reside en California, ha podido extraer del particular mundo de los cowboys es extraordinario. Una cámara de grandes angulares, para disponer el contexto; y cerrada, para acompañar al protagonista de cerca pero sin molestar, es un elemento tan bien dispuesto como invisible. No hay alardes técnicos ni dinamismo interesado. Hay una de las mejores películas de los últimos años. En serio.
The rider cuenta la historia de Brady, un talentoso entrenador de caballos y estrella del rodeo al que un accidente en una competición le ha incapacitado para volver a montar. Su relación con la existencia se ha venido abajo y debe encontrar una nueva razón de ser. La historia de Brady es real y el actor se interpreta a sí mismo con una enorme contundencia. Todos los actores que aparecen en la película se interpretan a sí mismos. Incluso un amigo de Brady, Lane Scott, al que un accidente montando un toro de rodeo le ha dejado postrado en un silla para siempre y sin capacidad de hablar, se interpreta a sí mismo. Son las secuencias de Brady con Lane la parte más magnas de todo: un proceso de aceptación, duro, emotivo y alejado de sensiblerías, pocas veces visto en la pantalla. The rider es lírica, verdad, retrato y exploración. Buscadla. Tiene unos cuantos meses.
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