Si hay algo que caracteriza a las últimas ediciones del Festival de San Sebastián es el poco cine italiano que aparece en su programación. Las producciones asiáticas y francesas son, por el contrario, protagonistas habituales en las diferentes secciones. Este año, sin embargo, parecía que la industria gala era bastante escasa. L’Homme Fidèle, de Louis Garrel, presentada en la sección oficial, parecía de las pocas propuestas venidas del país vecino. Pero uno es curioso y, a veces, le da por leer las fichas de las películas. Y como el cine no es de quien lo hace sino de quien lo paga, me di cuenta de que la palabra coproducción es algo substancial para la industria francesa. De las veintisiete películas que pude ver en San Sebastián, casi el cuarenta por ciento estaba participada por Francia. Entre ellas, destacaban Rojo, film ganador de tres galardones; las películas de Sorogoyen, Vermut y Rosales, las perlas The Sisters Brothers y Ash is purest White o las obras a concurso que presentaban Naomi Kawase o Claire Denis. Todo ello da un valor inmenso a un país que nos tiene tirria por los triunfos de nuestros deportistas, pero que nos gana de largo en su implicación cinematográfica.
Juliette Binoche se presentó por partida doble en la terraza del Kursaal para la foto de rigor debido a su participación en Visión, de Naomi Kawase y High life, de Claire Denis. Dos películas, con Francia de fondo, que se asemejaban en su arenga fabulosamente personal, pero que dejaron una satisfacción bien diferente. Una Kawase, lírica hasta la extenuación, presentaba una obra con un segundo tramo que picaba para abajo. Lo que al principio fue una interesante composición de lugar y de personajes, se desmoronaba ante tanta poesía con la aliteración como única figura retórica. El paso del tiempo y la pérdida del amor de su argumento acabaron siendo solo tiempo y pérdida. Y muchos árboles. High Life, gratificada con el Premio Fipresci, sí fue más seductora desde la metafísica. Un hombre en una nave espacial, solamente con su bebé a bordo, bien grande y pegado al parabrisas, son los únicos supervivientes de una misión que sirve de condena a jóvenes violentos de la sociedad. Su objetivo era acercarse a un agujero negro en busca de energía. La justificación de lo que pasó con el resto de la tripulación es el meollo del asunto. No es película esta hecha para fanáticos de la ciencia ficción; quizá es más un producto visual, con aires confusos que busca la interpretación individual. Atrapante sí que resulta.
Más coparticipación francesa en la película del gran cineasta Jian Zhang-ke: Ash is purest White. Esta vez, los temas más recurrentes de la filmografía del director chino acaban por enajenar. El amor incondicional de una mujer hacia un mafioso local y el comerse cinco años de cárcel por él, con el fondo del cambio social chino, desorientan más que ubican y el conjunto se resiente. Sin abandonar la realización china, se presentaba una pequeña obra, de nombre Baby, que al contrario que Zhang-ke, contaba la historia de una manera enormemente clara y sin más mensaje que el principal. Una joven de dieciocho años se obsesiona con un bebé que su familia quiere desahuciar debido a una enfermedad que ella misma sufrió de pequeña y por la que fue abandonada. El filme de Liu Jie es directo en su concepto y deja que sea el espectador el que juzgue a los diferentes personajes. Una película pequeña y solvente al igual que el largo plano secuencia (98 minutos) de Blind Spot. Dejando de lado que rodar sin cortes está empezando a ser algo a la orden del día, esta vez el experimento es algo más lógico. En Blind Spot seguimos a una madre golpeada por una tragedia familiar inesperada, que, por desgracia, es algo endémico en Noruega. La protagonista está intensa y creíble y se llevó la Concha de Plata a la mejor actriz.
Entre dos aguas es la continuación, doce años después, de La leyenda del tiempo. Una película perfectamente autónoma que no necesita de su gran predecesora. El director ha limpiado el primer plano de flamencos y japoneses para centrarse en los hermanos Isra y Cheíto. El primero sale de la cárcel, donde ha estado encerrado por narcotráfico, y el segundo trabaja de cocinero en la Marina. El reencuentro de los dos hermanos servirá para darse cuenta de lo difícil que es seguir las líneas y para rememorar la muerte violenta de su padre. Diálogos espantosamente repletos de realidad donde la supervivencia está presente de manera fascinante y desde distintos ángulos. Es larga pero no se hace larga. Puede que la gente se pregunte si lo que ocurre en Entre dos aguas es verdad o es mentira. Y eso es lo más grande. Lo que han hecho Isaki Lacuesta y su equipo es pura vida y, lo más importante, puro cine. Merecida Concha de Oro sin necesidad francesa en la financiación. Como sí necesito Jaime Rosales para filmar Petra. El director catalán vuelve a dirigir con ingenio y una gran utilización del fuera de campo la historia de una mujer que busca a su padre; un progenitor cuya identidad, su madre, le ha ocultado toda su vida. Esa búsqueda le lleva hasta Jaume, un acreditado artista plástico con una calidad humana despreciable. La vertebración de la trama, mediante episodios desordenados y titulados, nos adelanta los acontecimientos y, aun así, la intriga nos atrapa en esta estupenda película de aliños griegos, como ya apunta el nombre de la protagonista.
Aterrizan en San Sebastián todas las estrellas hollywoodienses de golpe con las dos últimas películas archivadas. Jon Hamm, Jeff Bridges, Chris Hemsworth y Dakota Johnson, entre otros muchos, se juntaban en Bad Times at the El Royale para repartirse las habitaciones de un peculiar hotel situado entre dos estados. Unos diálogos afilados y una primera hora intensa se desinflan en la segunda parte. Drew Goddard debía haberse planteado antes el cierre del establecimiento. Demasiadas habitaciones y demasiados minutos que llenar. Un control del espacio y del tiempo que sí tuvo el siempre cumplidor Jacques Audiard con The Sisters Brothers. John C. Reilly, Joaquin Phoenix y Jake Gyllenhaal se exhiben en un western donde aparece el mar y se cepillan los dientes. Dos pequeñas contribuciones a un género que el director francés trata con sensibilidad. El salvaje oeste y las ansias de civilización se ponen sobre la mesa personalizados en el amor de dos hermanos que ven el futuro de forma distinta. The Sisters Brothers es una magna obra, perfecta para cerrar esta memoria festivalera. El año que viene más.
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