No entiendo muy bien el marcaje técnico ni los códigos precisos del cine negro. Sé que es más una sensación que una forma, una ambientación que una época y una expresión que un espacio. Sé que hay poco sol y que la soledad es uno de los protagonistas fundamentales. Casi todo tiene que ver con el retraimiento y con la pérdida. Ni siquiera veo necesario que haya un asesinato; pero el conflicto es el conflicto y el germen ha de brotar de algún lado. En El Cairo confidencial sí hay asesinato, y los lugares acostumbrados sazonan todo el contenido: el cuadro del matrimonio que evidencia viudedad, el compañero de trabajo acomodado y bondadoso, la femme fatale y el club de alterne están presentes. Solo falta una caja de cerillas con un número de teléfono al dorso. En la película de Tarik Saleh son más de encendedores. Sin embargo, estos abecés negruzcos no desestiman el todo y, hasta quizá, le ayuden a mantenerse. El Cairo Confidencial es un personaje categórico que fuma y evoluciona idealista hacia un bien que le redima de Alá sabe qué, un crimen de poder que acaba por obsesionar, corrupción por doquier y —oh vaya— un contexto sociopolítico tan trascendental como los preludios de la Primavera Árabe en Egipto. ¿Y cómo logra el director que todo eso, de forma más afanosa o menos, no decaiga e, incluso el producto sea notable? Para mí, gracias a reincidir en esas técnicas y códigos del cine negro que no entiendo muy bien cuáles son.
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