Hay una foto en casa de mis padres donde aparezco sentado, junto a mi hermano, sobre el techo de un Seat 127 y con el peñón de Gibraltar de fondo. Una instantánea de colores involuntariamente instagrameados y los bordes redondeados. En ella se mantienen estancados unos recuerdos que no recuerdo pero que sirven para corroborar que estuve ahí y que estuve con ellos. No sé si el director de A Ghost Story quería reflejar, con sus distintivas hechuras formales, esos recuerdos que se atenúan. Esos recuerdos que se tornan vagas reminiscencias a no ser que los imprimamos o, como es el caso de la película, los dejemos macerar.
Si David Lowery ya puntualizaba sus grafías fílmicas y discursivas en En un lugar sin ley, donde Malick asomaba y el lirismo podía cargar a los ojos más que a la mente, en A Ghost Story elimina los abusivos contraluces para seguir apostillando la contemplación pausada como refuerzo de penetración. Si el mediometraje fuera un formato más festivalero y accesible, y el realizador hubiera apostado por él, hubiera alcanzado una pieza más contundente y redonda.
A Ghost Story es una película de fantasmas de manta, pero sin grilletes, que no susurran pero sí lamentan. Es la historia de un músico que muere en un accidente –la secuencia previa es de lo mejor del film– y que vuelve a casa, con su mortaja como atuendo, para seguir contemplando a su mujer. A partir de ahí, si soportamos la eterna escena del Casper adulto contemplando a su viuda comer una tarta, veremos que la poesía fluye algo más y entenderemos lo que quiere contarnos y, sobre todo, sabremos qué necesita esa alma en pena para irse tranquila al más allá. No es cine fácil. No es excesivamente indie, en el sentido discursivo de la palabra. No es de terror. No me parece esa obra maestra que dicen unos ni ese bodrio que dicen otros. Aparece durante unos minutos Bonnie “Prince” Billy, pero con más texto que cualquiera de sus compañeros. Y al mirar a las esquinas de la pantalla, recuerdo aquella foto en la que estoy con mi hermano sentado en el techo de un Seat 127.
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