Con hechuras de falsérrimo documental, Selfie nos propone un autorretrato de esa España que discute por el morado de una camiseta deportiva tanto como por la procedencia de una cervecera; una tierra que cambia geranios por banderas para subrayar que los balcones saben de historia y, de paso, enseñarnos cuál es el lado correcto de la calle. Y en ese país vive Bosco, exactamente en la isla de La Moraleja. Pero, como un príncipe de Bel-Air traspuesto, sin comerlo ni beberlo llegó a Lavapiés. Y el Club de Tenis se cambió por una casa de apuestas y el ganso del jersey por un perro atado a la puerta de un Kebab. El padre de Bosco, ministro del Partido Popular, ha jugado a malversar, blanquear y a dieciséis innobles verbos más y sus cuentas se han embargado y su castillo ocupado. Ahora toca buscarse la vida, y si los amigos de papá ya no quieren escuchar, lo mejor será acercarse a la sede de Podemos.
Selfie es una muy entretenida y recomendable película que, a pesar de, o gracias a sus clichés se ve con agrado y donde lo mejor es su actor protagonista: un desconocido Santiago Alverú que no sé si tiene un solo registro, pero ha elaborado unas de las mejores interpretaciones (o no-interpretaciones) de la historia del cine español. ¿No le dieron un Oscar a una sordomuda por hacer de sordomuda?
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