Es extraño que el director de Mistic River baje de los 130 minutos en el metraje de sus películas. No es tan extraño, en los últimos años, que el director de Medianoche en el jardín del bien y del mal, emplee el biopic para sublimar héroes y enaltecer el patriotismo. Es más, la siguiente película del director de Los puentes de Madison será la tercera parte de la trilogía del american hero: la historia de Richard Jewell, el vigilante que descubrió la mochila con la bomba en las Olimpiadas de Atlanta. No sé si mi sana inclinación por el cine de perdedores me está transfigurando las últimas obras del director de Bird en simples recreaciones muy bien rodadas. Sin embargo algo me falta. Sully es ágil y se ve bien, pero no tiene más discurso que el que se aprecia desde el cartel. Le falta profundidad, matices, riesgo y dualidad. El director de El jinete pálido logró que la audiencia congeniara con William Munny, asesino de mujeres y niños; que entendiéramos y deseáramos el fatal desenlace de la desdichada Maggie Fitzgerald y que avaláramos a Butch Haynes cada vez que le reventaba la cabeza a todo aquel que lastimaba a un niño.
En Sully, el director de Cartas desde Iwo Jima nos cuenta la historia de aquel piloto que acuatizó en el río Hudson y salvó la vida de todos los pasajeros de su avión. Visiones continuas de lo que podía haber sido y no fue, un juicio sobre si hizo lo correcto o podía haber llegado al aeropuerto más cercano y mini flashbacks de su infancia para conseguir una película correcta pero sin calado alguno.
La gente necesita héroes, sí. Pero, a diferencia de la vida real, el cine anda falto de villanos. Y está muy bien que el director de Un mundo perfecto haya llevado al cine el valiente y épico acto de Chesley Sullenberg. No obstante, yo creo que si alguien le escribe el guión de las andanzas de Francesco Squettino, el asustadizo capitán del Costa Concordia, el director de Sin perdón se lo convertirá en otra de sus obras maestras. Ahí lo dejo.
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