El sensacional preámbulo en forma de créditos de una película ficticia de la que ya no veremos nada más, resuena con fuerza durante todo el metraje. Una especie de cacofonía constante que, paradójicamente, te hace abrir mucho los ojos. Sonidos extrañamente eufónicos de desmembraciones o penetraciones candentes que crean un doble (o triple) juego que pocas veces se ha visto en una pantalla: vemos una película donde sonorizan otra película, y a eso le sumamos la película que el espectador se monta.
Y me voy a explicar: Berberian Sound Studio es un sórdido e inquietante estudio de postproducción de sonido especializado en cine giallo. Gilderoy, un técnico de sonido inglés, quizá confundido por el título de la película que le piden acabar de mezclar o con ganas de nuevas experiencias, viaja al estudio italiano para encargarse de la última producción de un director llamado Santini: El vórtice ecuestre.
En Berberian Sound Studio nunca entra la luz, ni en el filme ni en las propias instalaciones. Las reminiscencias fílmicas de Dario Argento, y otros directores del giallo italiano, están presentes en toda la textura sonora para ofrecernos una doble imagen. El terror está fuera de campo y la perturbación y el desplome mental están siempre enfocados. El eficaz Toby Jones, en el papel del técnico británico, se encarga de acompañarnos por tan arrebatado recorrido. Pobrecillo.
El largometraje de Peter Strickland es radical en forma y contenido y de final de lecturas personales. Aún así, es un filme poderoso el que nos presenta y consigue que los efectos de sala (aquellos mágicos y analógicos sonidos de espadas hechos con cucharones o cabezas que se abrían gracias a una sandía) sean más importantes que lo que representan. Es Berberian Sound Studio una obra poco complaciente, de anarquía en los escenarios y de hacer trabajar al que mira y escucha; sin embargo también es didáctica, valiente y muy interesante. Es la inquisición del sonido.
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