Podría parecer que el neófito realizador S. Craig Zahler quisiera cargarse el género con esta mezcolanza entre western y cine de casquería. Sin embargo, lo ha renovado introduciendo elementos inéditos y lo ha resucitado manipulando el clasicismo de forma ejemplar. Los personajes, dibujados por las manos de un cinéfilo que no le hace ascos a nada, vienen perfectamente definidos y el paisaje asemeja el árido entorno castellano de La caza de Saura, con la que comparte, igualmente, un bajo presupuesto, una música inexistente, sudor y una cueva.
El argumento también podría vertebrarse entre lo académico: cuatro hombres parten en busca de una mujer y un hombre secuestrados por los indios; y lo splatter: no son exactamente lo que entendemos como nativos americanos. Entre el secuestro y la media hora de intenso y explícito climax final, hay un filme a caballo —me va el metalenguaje— entre un John Ford tan crepuscular como indie y un Eastwood con algo de diálogo alternativo que, no obstante, no es tan teatralizado como el de Tarantino en Los odiosos ocho.
La primera secuencia de Bone Tomahawk, con lo primero que el espectador se topa, es con un degüello que, así, en ayunas, nos avisa de que la violencia que sobrevendrá no va a ser fácil de digerir. Las pocas y rotundas escenas sangrientas incomodarán a no pocos incautos, como yo lo fui, que piensen: “supongo que ahora hará un contraplano”. Rotunda y manifiesta producción de la violencia en la que unos veteranos Kurt Russell y Richard Jenkins se desenvuelven de manera espléndida. El señor Jenkins vuelve al western con el que se inició tardíamente con la notable Silverado. Un debut, volvemos a S. Craig Zahler, que no puede ser más contundente.
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Ideal para ver con los niños y un pote de palomitas XXL. No, en serio, creo que voy a tener pesadillas, algo que no sucede desde La Matanza de Texas (la buena). Ahora me falta ver La Caza para comparar.