Hablemos de un cineasta. Sus diálogos son costumbristas, intelectuales, culturales y muy ágiles. El director, que es también el guionista de sus películas, se casa con sus actrices. La acción de su filmografía sucede casi siempre en Manhattan. Nació en Brooklyn. Es también novelista. Suele realizar una película al año. ¿Quién es?
Exacto. Se llama Noah Baumbach y dicen de él que es el nuevo Woody Allen. Verborrea en Nueva York y filmes de poco más de hora y media para un director que, a éste sí, puede ponérsele tal calificativo. O mejor no. Aún recuerdo a Edward Burns, el Allen del catolicismo, y sus interesantes inicios que, no sé, ya no están: era el riesgo de sacar a Jon Bon Jovi en sus películas. Noah Baumbach es Noah Baumbach y parece ser que su creatividad, aunque uniforme, no decrece. Peter Pan debió de ser la obra preferida de su niñez y tiene miedo a crecer. También en Mientras seamos jóvenes hay dudas generacionales y un sondeo de la identidad vital marcada por el paso de los años y, ante todo, por las inquietudes. En todas las películas de Baumbach (y en esto sí se diferencia de Woody Allen) sabemos la edad de sus personajes. Esta vez hay dos matrimonios con una diferencia de 20 años entre ellos. La pareja de mayor edad quiere aprovechar la vitalidad de los pimpollos para volver a sentirse joven y para darse cuenta de que las máquinas de escribir y los vinilos nunca han dejado de llevarse. Aunque son, contrasentidos de los tiempos modernos, los más jóvenes los que quieren asemejarse a los cuarentones cuando tenían su edad. La genial primera parte de Mientras seamos jóvenes da cuenta de toda esta dicotomía y es, en su último tercio, donde el argumento empieza a tener un nuevo conflicto que a mí no me hacía falta. El espectador empieza a dudar del buen rollo y de la entrega sin cargo de la joven pareja. Aún así es una muy buena película, el ritmo no decrece en ningún momento y ese giro en la historia no importa Si la cosa funciona. Vaya.
No Comment