Cambio político, con inquietante y necesaria transición a la democracia de fondo. Delante, en primer plano, la continuidad moral y delictiva de los que hicieron estragos durante el régimen. Transiciones al corte, con discursos reales de la época y con la música que sonaba en los primeros años de la década de los ochenta; pero con actores que interpretan la no ficción. Porque El Clan existió. Y lo que para el patriarca de los Puccio fue un inhumano método represivo como forma de vida, totalmente admitido por aquella terrorista junta militar, es en el momento que nos afecta una labor extralaboral que le hace ganar mucha plata en negro y, además, es su forma de creerse que todavía gobiernan los malos. Aún se siente poderoso Arquímedes Puccio; todavía cree que ostenta esa clase de poder que le asignaron, y su discurso seguro y directo es implacable al inicio y vacilante conforme se desarrolla la película. Este personaje principal nos ofrece esa transición tan personal gracias a la interpretación de un gran Guillermo Francella.
Los hechos reales en los que está basada la historia del Clan Puccio, que sacudió la sociedad argentina de entonces y la inquietud de Pablo Trapero ahora, se convierte en sinopsis: una familia, aparentemente normal, oculta, tras esos comportamientos normales y tras una doble puerta, una especie de empresa familiar dedicada al secuestro y el asesinato. El padre es el líder y cerebro de cada golpe y el hijo mayor, una estrella del rugby nacional, utiliza su condición para informar de los pasos de las clases altas. Todos los miembros de la familia son cómplices de alguna manera de lo que sucede en casa. En Internet hay abundante información sobre Arquímedes Puccio & Co, aunque mejor evitadla —y evitaréis spoilers— si pretendéis ver el filme que está esperando saber si es el elegido para competir por Argentina por el Oscar a la mejor película de habla no inglesa.
Es El Clan, como ya he comentado, un relato de una época y una familia en transición. Aunque el exceso de transiciones formales las sustituye el realizador por unos geniales planos secuencia: un intento de secuestro que se les va de las manos o, mejor dicho, todas las escenas (sin cortes) de los secuestros son para positivar, y mucho. Una buena película que me hizo pensar, entre otras cosas, que no puedo fiarme ni de la vecinita mona que vive en la puerta de debajo de mi casa.
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