Es curioso. Cuando no se sabe mucho de la obra de cierto autor, nos basamos en la nacionalidad de su película para saber, sin criterio alguno, a qué nos podemos enfrentar. Las expectativas de realizadores reconocidos como Jafar Panahi, Jia Zhang-ke, Joachim Lafosse o Agustí Villaronga —también peligrosas por el exceso de confianza— se completan con la incógnita de ver una película georgiana u otra húngara. ¿Alguien ha visto alguna peli de Liu Hao? ¿He escrito bien Levan Tutberidze? ¿Scott Cooper tuvo algo que ver con Austin Powers? Estupendas preguntas que no nos obsesionan. Hablamos de cine, de una saturación de contenido que siempre tiene algo que positivar y, ante todo, hablamos de descubrimiento y de sorpresa. Y es en el debate posterior a las proyecciones, junto a una cerveza, donde te das cuenta de la diversidad. Para gustos, los colores, las nacionalidades, los actores, los guionistas y todo lo que conlleva este séptimo vicio (qué gran nombre el del programa de Javier Tolentino).
Para gustos los sonidos. La producción argentina Eva no duerme destacó por su espectacular resonancia. Un principio silbado de varios personajes desenfocados andando a cámara hasta coger foco, nos hacía presagiar algo, cuanto menos, interesante. La película nos relata el periplo del cadáver de Eva Perón, desde que lo embalsamaron hasta su entierro 25 años después. Cuatro escenas y escenarios donde los personajes se ven afectados por el cuerpo inerte de la líder. El filme se ve bien y alguno de sus personajes —bien por Denis Lavant— son bastante combativos. Cine del que dura lo mismo que su metraje. Y de realizador argentino pasamos a realizador uruguayo en escenarios españoles. El apóstata fue una película de debate; y eso es siempre bueno. Tamayo, un impávido treintañero tiene un nuevo cometido en su existencia: apostatar. Una obligación que no profundiza en una reflexión sobre la Iglesia católica, sino que nos sirve para ver un retazo de vida de una persona peculiar. A mí me resultó simpática; piropo que me tocó sufrir. La sensación resultada de la primera doble sesión no dejaba lugar a Conchas (aunque sí Fiprescis), algo que se podía remendar con una de las más esperadas: High-Rise, del peculiar director inglés Ben Wheatley. Estábamos ante una obra del creador de la perturbadora Turistas (Sightseers), donde el argumento manejaba convertir un rascacielos en un mundo ideal, análogo de una sociedad que no dejaba de ser reflejo de la misma en la que nos encontramos. Pero claro: este mundo no es tan ideal. La metáfora, nada rebuscada, tiene una puesta en escena brillante y visualmente potente. Una película que fluye perfectamente, aunque en mi opinión se vuelve algo excesiva y reiterativa en su tramo final. Sin embargo es 100% disfrutable. Bueno, dejémoslo en 85%.
Más oficiales seguían en el horizonte. The boy and the beast, o una de mis pocas incursiones en el anime japonés, fue un entretenimiento sin más. Supongo que me apetecía algo más de casquería y un poco menos de cine familiar, sin embargo pese a sus dos horas, la vi sin sufrimiento y sin amago de darme con la barbilla en el pecho. El filme cuenta las aventuras que un niño vive en el mundo de los monstruos, después de cruzar una frontera imaginaria. Es interesante destacar que los monstruos tienen unas normas de convivencia mucho más claras y pacíficas que los humanos. Pero cambiemos radicalmente de nacionalidad y del país del sol naciente, pasemos a una coproducción hispano-dominicana rodada en Cuba. Hay que reconocer, y es de agradecer, que Agustí Villaronga disponga de tantas inquietudes como propuestas. Aunque esta vez, entre su rabioso y tragicómico principio y su severo final, nos encontramos con una película algo desconectada. El rey de La Habana es Reinaldo: un joven de poco recorrido que tiene un miembro descomunal. Un apéndice que él piensa que le abrirá todas las puertas de La Habana, pero que le cerrará la visión de una supervivencia más sosegada. A positivar a la actriz Yordanka Ariosa, ganadora como mejor actriz en el certamen. Con media hora (o tres cuartos) menos de metraje, la película de Villaronga hubiera funcionado mejor.
Nueva nacionalidad: Georgia. Moira es el nombre de un barco y de una de las películas más invisibles de este festival. Un filme muy correcto y perfectamente narrado que —supongo que esto lo habrá dicho más gente— no aporta nada. Sencilla en su visionado, Moira habla del destino y de su crueldad. El protagonista sale de prisión para intentar no caer en pasados contratiempos, pero ya se sabe que a perro flaco… Lo dicho: el director no parece haber improvisado en su rodaje y, simplemente, ha contado una historia. Y lo ha hecho bien. No obstante, la canción ya nos sonaba. Un dato: esta es la película que representará a su país en la carrera a los Oscar. La sensación es que pasará, al igual que en Donostia, desapercibida. Pero todo hay que decirlo, esta obra, dirigida por ese tal Levan Tutberidze que aparecía en el primer párrafo de esta crónica, fue la mejor de toda la Sección Oficial del día de su proyección. Porque ya que hablamos de algo visto, Freeheld era tan peli-fórmula que su usual argumento, aun basado en hechos reales, tenía tan buenos propósitos como nulo interés. Una joven mecánica (Ellen Page) y su novia policía (Julianne Moore), deben luchar para que, tras diagnosticársele una enfermedad terminal a la última, se les conceda una pensión de viudedad. A partir de ahí, todos podéis seguir escribiendo la película. A positivar la catártica aparición de Steve Carell, que te despierta una pequeña sonrisa ante tanto lamento. Aunque para lamentos lo que sigue. Fuera de competición entraba Imanol Uribe y su ridícula Lejos del mar. Lo que podía haber sido una polémica sobre la reconciliación entre ETA y su entorno, acabó siendo una película unánime para los que la contemplaban. Citándome a mí mismo “Que la hija de un asesinado por ETA acabe encontrando años más tarde al ejecutor, hacía presagiar que podíamos encontrarnos ante la versión vernácula de La muerte y la doncella. Pero no. De repente, entre las risas del personal y las cejas arqueadas de incomprensión, ingresamos en una historia de amor, sexo y vello púbico sin justificar. Hay desidia en el diálogo y ciertos movimientos que convierten el drama en comedia involuntaria”. He dicho. A positivar que los actores lo intentan.
La novia, el nuevo trabajo de Paula Ortiz (De tu ventana a la mía), participó dentro de Zabaltegi, algo que indignó a no pocos asistentes y críticos que pensaron que hubiera sido más idónea su inclusión en la parte oficial de todo esto. Mi opinión es menos halagadora. Blanca y de rojo va la novia, la película es un poema visual repleto de matices, basado en las Bodas de Sangre lorquianas y rodado entre los Monegros y la Capadocia. Un poema en el que, entre tanto susurro y tonos castaños, acabé atiborrado de lírica. No le quito mérito y espero que le salgan muchas novias a La novia, pero he de ser sincero y no me enamoró. Como tampoco me enamoró Trois souvenirs de ma jeunesse. Demasiados cigarrillos, demasiada nostalgia y tres episodios del que sobraban dos. Con la historia de amor a la francesa: con sus infidelidades, con su intelectualidad y con sus cafés con leche hubiera habido bastante.
Punto y aparte se merecen dos auténticas Perlas. Mountains May Depart es la última película del Jia Zhang Ke. Un amigo me comentó a la salida de la proyección que el realizador chino es, posiblemente, el mejor formalista del cine moderno. El guión está perfectamente estructurado y dialogado; pero lo mejor de todo no es lo que cuenta, sino su poderoso estilo. Cambios de formato y de textura justificados (no todos nos lo argumentan), movimientos de cámara sutiles y elegantes, panorámicas demoledoras y un montaje al servicio de una historia de amor, errores y occidentalización. Taxi Teherán de Jafar Panahi fue mi película preferida de este Festival Internacional de cine de San Sebastián. La dura realidad ficcionada por un realizador al que no se le permite hacer cine. Panahi diseccionada, desde un taxi que recorre las calles de la capital iraní, la política, las costumbres y el cine de su sociedad. Nos hace reír, nos hace pensar, nos hace sentirnos con suerte y nos hace emocionarnos. Y lo hace con una rebeldía absoluta, afectada y, sobre todo, artística. Una auténtica maravilla.
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