(RECREATIVOS DESOLADOS) Una mini-moraleja es de lo poco que se puede extraer de esta canción del verano, de este Georgie Dann fílmico: la diferencia entre los recreativos, esos lugares antagónicos de las aulas y repletos de sociabilidad, y los videojuegos de la actualidad.
Parte de un concepto a priori interesante. Si Street Fighter, Final Fantasy, Prince of Persia, Tomb Raider o Super Mario Bros ya han manoseado su versión cinematográfica, ¿Por qué no hacerlo también con el Tetris, el Arkanoid o la rana esa que cruza la carretera dando saltitos? El inconveniente es que el largo Pixels tiene su génesis en el cortometraje Pixels: una maravilla de la animación repleta de premios que en dos minutos y medio deja la película de Chris Columbus como una mera anécdota innecesariamente alargada. Antes de nada, veamos Pixels (el cortometraje):
Pues a esta joyita le añades un nerd protagonista, perdedor y solitario, que sólo tiene un amigo, casualmente el presidente de los Estados Unidos; una superflua historia de amor, un secundario metacómico, 100 minutos más de metraje y un final sin sorpresas y ya tienes un blockbuster hastiado para el estío.
Se puede positivar un inicio ochentero que promete; algo que siempre se espera del guionista de Los Goonies, Gremlins o El secreto de la pirámide (aquí en labores de realización). Pero al igual que los videojuegos avanzan hasta límites asombrosos pero enajenan la existencia de quien los utiliza onanísticamente, la película de Chris Columbus llega a la actualidad con muy poco que aportar. Si Chris se hubiera pelado la clase de cine comercial actual (con presidente americano en labores de salvador de la humanidad, incluido) y se hubiera quedado un ratito más en los románticos y malogrados recreativos, Pixels tendría algo más de Columbus y un poco menos de Adam Sandler. Y no es que el resultado hubiera sido mucho mejor, pero seguro que las tres vidas nos hubieran durado un poco más.
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