(LO POSIBLE) Sueca ella. Sueco él. Una pareja de estética perfecta, como las que vienen de serie con los marcos de las tiendas de fotografía. Tienen dos hijos: chico y chica. Familia acomodada de vacaciones en una estación de esquí de los Alpes franceses. Todo ideal. En el arranque de Fuerza mayor un fotógrafo les hace posar para unas instantáneas recuerdo de su estancia. Ellos no hacen nada, sólo siguen las indicaciones para posar pareciendo una familia unida y repleta de afecto. En la película de Ruben Östlund nada es gratuito. Cada plano vacío de humanidad, cada trasfoco, cada vez que se lavan los dientes y cada panorámica de la montaña están en el metraje para contarnos algo. Extraordinaria película.
La historia está vertebrada según las jornadas de permanencia en el hotel. El segundo día, mientras la feliz y ornamental familia se encuentra desayunando en la terraza del restaurante con vistas a las montañas, una avalancha se avecina desde las cimas. Al principio todos sacan sus móviles para grabar el imponente espectáculo que, simplemente, parece ser uno de los frecuentes aludes controlados. Pero poco a poco la cosa empieza a acojonar: el estruendo y la fuerza de la nieve bajando por la ladera hace que la gente comience a correr despavorida. La madre abraza a sus hijos pero, en un acto tan humano como incomprensible, el padre coge su móvil y huye lejos del posible peligro. Debido al polvo de nieve, la imagen se funde a blanco. Hasta ahí la secuencia que hace referencia al tramposo cartel de la película. Los que esperen ver una epopeya de aventuras, de supervivencia extrema o Lo imposible, andarán desencaminados. La avalancha se ha frenado contra el seguro muro del restaurante sin causar daños; sin causar daños materiales. Se desvanece el blanco. El padre vuelve a la mesa. De repente la avalancha ha dejado de ser un sustantivo para convertirse en un adverbio de cantidad. Cantidad de dudas, de contradicciones, de pesimismo, de resentimientos latentes y de miedos sobrevienen durante los cien minutos que todavía restan de película. No he contado nada. Fuerza mayor empieza en esos instantes.
El debate sobre la cobardía del padre, por su acto y por no admitirlo; el valorar al hombre como legítimo protector de la unidad familiar o el examen constante que parece habitar en el mundo de la pareja —de esta y de todas— es algo que el director administra de forma magistral. La facultad de Östlund en el manejo de los tiempos, la increíble fuerza visual de las secuencias, la definición de personajes secundarios, las catarsis melodramáticas (atentos a la escena de los sollozos paternos), la utilización de la música y el cuidado de los detalles son de tal grado, que me dejan claro que de este cineasta quiero saber más. Si ha sido casual —que no creo— bienvenido sea.
Por ahí dicen (olé la crítica documentada) que la película es un reflejo de la sociedad sueca e, incluso, un afamado crítico comenta en su artículo (a éste no lo nombro por si me llevo una hostia, con todo el respeto que le profeso) que si la familia fuera latina la película se hubiera resuelto con un bolsazo en la cara del espantadizo marido. Para mí, estamos ante una obra mucho más universal y mucho más cabal. Un minucioso ejercicio sobre los sentimientos y lo más recóndito del ser humano llevado de forma ejemplar hacia un final (o finales) igual de ejemplar.
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