(TERAPIA CON ACENTO ARGENTINO) Decía Carlos Vermut en rueda de prensa a propósito de su Magistral Girl —perdón, Magical Girl; que se me ve el plumero— que le gusta poner a sus personajes en continuos conflictos éticos para luego resolverlos también de manera poco ética para el que mira. Damián Szifrón ha debido actuar y dar vida a los personajes de sus Relatos Salvajes partiendo de la misma premisa, pero zanjando las cuestiones de tal forma que ha convertido la película en la fiesta del exceso, en la comedia más coreana (en el sentido salvaje de la palabra) que el cine venido de la Argentina nos podía regalar, un film donde el humor negro es constante y donde la media sonrisa y los ojos entrecerrados son una eternizada mueca en el patio de butacas. Y lo mejor de todo es ver las caras del respetable al abandonar la sala. Los argentinos, paradojas del destino, nos ahorran unas cuantas horas de psicoanalista gracias a seis historias tan divertidas como brutales y tan deliciosamente violentas como violentamente deliciosas. ¿Obra maestra? Supongo que no. Pero si hablamos del cine como entretenimiento, estamos ante algo muy grande. 115 minutos que no decaen nunca. Olé a Szifrón por escribirla y dirigirla y a los hermanos Almodóvar por producirla.
La candidata al Oscar al mejor film de habla no inglesa (a que se lo lleva) y la película de habla hispana más taquillera en la historia de Argentina nos cuenta seis tremendos relatos sobre el efecto de “hinchar los cojones”. Esa es la sinopsis. La vena del cuello tiene sus límites. Y sí, se puede llorar, encerrarse en uno mismo o compartir tus desgracias con una bañera y una tostadora. Sin embargo eso no vende tanto como enmendar tus agravios a las bravas.
Hablemos de la media docena de escenarios:
1. Un avión reunión de aludidos.
2. Un bar de autopista perdida y de menú servido frío.
3. La carretera con destino al desfase.
4. La ciudad perfecta para rodar Un día de furia 2
5. Una casa pudiente con procedimientos de pudientes.
6. Un salón de bodas que hace justicia a la frase de Woody Allen que dice: “Algunos matrimonios acaban bien, otros duran toda la vida”.
Veámosla como una obra de esas que empiezan con un “no hagan esto en sus casas” y sabedores de que hay razones: Se entiende perfectamente y no hay que esperar veinte minutos para comprender sus diálogos. Muy bien interpretada. Desahoga. Entretenimiento puro (y duro). Muy bien dirigida. Se pasa volando (en algunos momentos, literal). El humor aligera el contenido. Si eres muy crítico, creo que alguna, aunque sea una, de las historias te molará; y entonces habrá valido la pena.
1 Comment
Lo ví ayer, me ha recordado mucho el estilo de Tarantino, tanto por la atmosfera grotesca en general como en casos concretos (los coches de Grindhouse, el abogado al principio es muy Mr Wolfe)