(LASA Y ZABALA) Jueves. Tras la resaca mágica de Carlos Vermut, le toca la ronda a Lasa y Zabala. Quizá, el problema de la película de Pablo Malo es que imaginé todo lo que iba a pasar en pantalla y no me vi sorprendido.
“Sabía que no se iba a ver como una película. Me dan envidia mis compañeros en el festival, porque yo llevo semanas hablando de política y no de cine”, estas palabras del director son las que me hicieron separar y ver solamente un producto cinematográfico. Una película. El tema, estaba claro, por cercanía temporal, local y emocional, era difícil de objetivar. Y así como la ovación en la sala fue importante, para la crítica fue una película flojita. Eso sí, las películas son para el público y son los que deciden. Aparte de que este público pudo ver la proyección a poco más de un kilómetro de donde ocurrieron parte de los hechos reales.
Rodada en euskera y castellano, obviamente dependiendo del personaje, Lasa y Zabala cuenta los lamentables hechos ocurridos entre 1983 (secuestro y asesinato por parte del GAL) y el año 2000 (condena de los implicados). En medio, la lucha de las familias, el tropezón con los cuerpos enterrados en cal viva y el famoso juicio; aquello del General Galindo y compañía.
Así como en la fantástica Magical Girl vimos un ejemplo de narración con elipsis, en Lasa y Zabala los saltos temporales hacia delante y hacia atrás, con sus rotulitos correspondientes, acaban agobiándote más de la cuenta. La tensión es escasa, y más al conocer los hechos que se relatan. Todos sabíamos el final y lo estábamos esperando (por cierto, la secuencia más positivable de todo el metraje). Poco más que rascar, cinematográficamente escribiendo, de la primera película del día: muy dura en algunos instantes, toscamente narrada y sin contarme nada que no supiera.
(TIGERS) Elegir el horario de las cuatro de la tarde para ver un pase tiene un par de riesgos. Riesgo número 1: la somnolencia, sobre todo en caso de poco ritmo durante la proyección y mucha vianda previa. Riesgo número 2: Telefilmismo, cuánto daño hace y está haciendo Antena 3. Y aunque esta teoría no está justificada, en el caso de Tigers, de Danis Tanovic, el lance estuvo en la segunda opción.
Pakistan, hace unos años. Un joven comercial queda desolado al darse cuenta de los fatídicos efectos que la leche en polvo, que él suministra, crea sobre los recién nacidos. Al darse cuenta, hace lo posible para denunciar a la multinacional que representa. David contra unos doscientos Goliats.
Lo más valiente y a positivar del film es la valentía del director bosnio con los datos que nos presenta: según él, el 95% de los datos son reales. Y todavía más valentía porque, empezada la película y en un ejercicio de metacine, decide cambiar el nombre de la multinacional por uno ficticio —que ahora no recuerdo—, deja clarísimo durante unos minutos que hablamos de Nestlé. Tigers transcurre en dos caminos paralelos: la historia del comercial y la de los problemas que un equipo alemán encuentra para poder contar la historia. Tanovic ha reconocido que no descarta la denuncia por parte de la empresa alimentaria, pero que le interesa más generar el debate y que se dejen de comprar esa clase de productos, sobre todo en lugares cuyas aguas los convierten en la mezcla perfecta para acabar con vidas. En palabras del realizador: “una manera de hacer que el mal prospere es que la gente no haga nada”. Y él, por lo menos, se ha encargado de hacer que el mensaje tenga cierto alcance utilizando lo que sabe hacer muy bien. Aunque en este caso, la película le ha quedado regular.
(MURIERON POR ENCIMA DE SUS POSIBILIDADES) Yo a Isaki Lacuesta le esperaba con ansia. No lo niego. “¿Cuándo es la de Isaki?”, “El jueves a las siete y media, qué pesadito eres”. Pero es que ver ese cartel, que no es de Santiago Segura sino de Isaki Lacuesta, y no tener curiosidad es complicado para mi short list mental. ¿O vosotros no iríais al cine corriendo si en un cartel cinematográfico, bajo el título de la película leyerais: “Una comedia de Michael Haneke”? Pues eso.
A ver. Pensemos en las conversaciones de bar con nuestros amigos. En las tertulias del almuerzo de las empresas. En las colas del Inem. En los hospitales. En los aeropuertos. En nuestros diálogos interiores cada vez que vemos las noticias nacionales. Las recortadas, los machetes, las bombas, los puños bien cerrados y las manos bien abiertas siempre tienen un objetivo unánime: los políticos, los banqueros y los empresarios. ¿O no? Son pensamientos solamente, deseos como los que pedimos a las estrellas fugaces, pero una parte de nosotros está deseando que ocurran y que esa gentuza, por lo menos, se haga un poco de caquita.
Supongo que al director catalán le pasarán los mismos pensamientos por su inteligente cabecita y si, además, dos de tus amiguetes son Albert Pla e Iván Telefunken, pones tus medios disponibles para que los deseos ocurran. Y aunque lo suyo es el documental, cabalmente ha utilizado la ficción para desmembrar al justificado blanco de nuestras iras.
Otra cosa es la película en sí. Una gamberrada con ratos impactantes y secuencias interesantes, pero que se viene abajo en su conjunto. No es La leyenda del tiempo ni nada parecido a la filmografía del realizador. Es… no sé. Sales de la sala bastante desubicado y, digo en mi contra, que seguro que si el señor Lacuesta no estuviera detrás de Murieron por encima de sus posibilidades la pondría bastante peor. Influenciable que es uno.
Si algún día quedáis en casa con vuestros amigos y empezáis a rajar de nuestros líderes y gobernantes alrededor de unas cuantas cervezas, poneos la película. Ahí sí puede funcionar. Porque, aunque participaba fuera de concurso, como película de festival no funciona mucho. A positivar una secuencia en la que Albert Pla dice lo que haría si saliera del manicomio donde los protagonistas están internados. ¿Qué qué haría? Pues eso que pensamos cada vez que vemos las noticias nacionales.
No Comment