(PHOENIX) Un film sobre la reconstrucción. La reconstrucción física, espiritual y moral de una Alemania que, como en el Belgrado de El polvorín de Paskaljevic, nos enseña y se ensaña con el estado de ánimo de sus habitantes. Una película de gran factura donde vemos que la fractura continúa aún después de acabada la contienda. La reconstrucción facial de la protagonista, tras ser disparada en pleno rostro en los campos de concentración, es el germen de Phoenix. Logran reconstruir su cara, con diferencias a su anterior rostro, pero no su alma. A su vez se está reconstruyendo el estado de Israel tras el holocausto y se intenta empezar de nuevo en un Berlín entre escombros. Todo quiere cambiar. Todo quiere volver a su estado inicial. La mujer reconstruida busca a su marido entre los clubes nocturnos y americanizados de la nueva capital, deseando que su universo doméstico siga estable. Pero hay que evolucionar, hay que mirar hacia delante. ¿La reconocerá su marido? ¿Será todo igual? La respuesta: el cine necesita conflictos.
Phoenix —además de un club— es una notable obra de Christian Petzold con un interesante inicio, un nudo algo flemático y un formidable desenlace. A mí, si hubiera durado 20 minutos menos, me hubiera parecido una de las favoritas del festival. Salí contento con su gran final y con la duda de si la buena interpretación de Nina Hoss le valdría la Concha. No fue así. Aunque la crítica internacional (FIPRESCI) si premió a Phoenix en San Sebastián.
(HAEMOO) Emprende presentándonos a los personajes de un barco pesquero sin estrella, centrándose en su capitán, hasta dejarnos claro que la única solución a las deudas de los bancos (tanto monetarios como de peces) es cambiar de carga: utilizar la bodega de la nave para franquear ilegalmente chinos hasta Corea del Sur. Muy espectacularmente realizada —hablamos de una producción coreana—, la película empieza a lo Ken Loach para, en un momento dado y tras un trágico y fortuito suceso, dar paso al rosario de la aurora. El problema es que las risas empezaban a ocupar la sala y no creo que el realizador buscara tal fin. Lo que el año anterior fue Un toque de violencia paso en esta edición a la abundancia. Lo pasé fenomenal, y eso es muy positivo, pero no me creí lo que ocurría. Todo era excesivo. Cine social, sí. Cine romántico, también. Incluso cine de aventuras marítimas. Pero claro, con sus desmembraciones, sus asesinos de ojos tan rasgados como desorbitados y sus dos mil ciento cincuenta y tres litros de sangre. Brutal en el sentido más… no sé. Brutal.
(NEGOCIADOR) Lo de ETA fue un drama del que teníamos constancia casi a diario. Un drama que no podía tratarse de ninguna otra manera. Yoyes, Tiro en la cabeza, La muerte de Mikel, Días contados y tantas películas como nos vengan a la cabeza sobre el conflicto vasco son siempre dramones, algunos de ellos escondidos en la piel de un thriller. Pero como dice Woody Allen: “comedia es tragedia más tiempo”, y a Borja Cobeaga las negociaciones (o diálogos) entre Jesús Eguiguren y ETA durante los años 2005 y 2006, le daban para exhibir comedia y sátira del entorno. Humanizar a los contendientes, de nombres ficcionados, y conjeturar sobre cómo pudo haber sido lo de no poder pagar con tarjeta durante los encuentros, alimentarse sólo de Kebabs o estar incomunicado con un móvil de primera generación, era lo que más interesaba al director de Pagafantas. Aún así, puede que a esta comedia le hiciera falta más tiempo y, aunque nos reímos con ganas en muchos momentos, el trasfondo ganaba a la forma. El realizador y guionista de la cinta deja, sin politizar, las cartas sobre la mesa y nos presenta un final esperanzador. A pesar de Secun de la Rosa, Carlos Areces y algunas de las caras más reconocidas de la comedia española, a Cobeaga le ha salido su película más seria; que no es drama ni comedia, dejémoslo en tragicomedia.
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