(DELICIOSO ABURRIMIENTO) Los vampiros están cansados de los zombies. Los zombies son esos muertos vivientes que ya no evolucionan ni tienen inquietudes: autómatas que se alimentan de cerebros ajenos y andan sin mirar al frente. Los zombies somos nosotros. Quizá los vampiros no se expliquen como, teniendo tan poco tiempo de vida, los zombies no la exprimamos al máximo. Los vampiros cumplen centurias. Y en la película de Jarmusch dejan claro que la enfermedad más grave para un inmortal es el aburrimiento.
Los vampiros como pretexto para hablar de un mundo indolente donde la tecnología avanza por encima de la cultura; pisándola y convirtiéndola en una herramienta subsidiaria. Ya no importa la música, sino el músico. Ya no importa la literatura, sino el escritor. Después de haber conocido el romanticismo —como movimiento cultural y político— y después de ver a los hombres (ahora zombies) crear, evolucionar y revolucionar, a los otrora inquietos vampiros no les queda otra que sentarse a rememorar y a basar su vacía existencia en la búsqueda de sangre de estraperlo y en el romanticismo —como cualidad de romántico y sentimental—.
No hay espejos ni ajos ni crucifijos ni ataúdes ni cazadores de chupasangres. Hay estacas deconstruidas y dos personajes de tez blanca y pocas ganas de sonreír. Se llaman Adam y Eve y viven pasionalmente separados. Él en el desvencijado Detroit. Ella en la onírica Tanger. Algo que corrigen al poco de empezar el film para compartir juntos el hastío. Los dos consideran retrogrado eso de ir mordiendo yugulares, y sobreviven de chupitos y helados de plasma. Juegan al ajedrez, conducen por la noche fascinados ante la decadencia de Detroit, leen, escuchan música y… poco más. Un aburrimiento pretencioso y moderno para muchos, pero que a mí me encantó compartir. Un delicioso y cómodo aburrimiento en el que cabe el conflicto en forma de joven, atractiva, rebelde y consanguínea vampira.
El cine debe de entretener. Y el entretenimiento es tan subjetivo que en Sólo los amantes sobreviven ofrecen dos horas de, como lo llamaría el gobierno, un entretenimiento de baja intensidad. Cuando un sofá es parte de la acción, tienes que tomártelo con calma. Un sofá admirablemente fotografiado, acompañado de una genial banda sonora, decorado con interesantes errores e injusticias históricas y con un sutil e inteligente humor y en el que asientan sus posaderas unos magnéticos Tom Hiddleston y Tilda Swinton.
¡Coño! Que me ha gustado, Carmen. Y si no quieres verla, no la veas. Pero deja que le recomiende a la gente que vaya al cine a aburrirse; que también mola. A positivar que Jarmush no utilice la palabra vampiro en toda la película. Por eso yo no he utilizado la palabra “indie” en toda la crítica. Hasta ahora.
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