(CONCHA DE ORO A LA PRIMERA) Los de Bilman Bus, con nocturnidad y alevosía y, quizá, sabedores de que las segundas partes de las películas no tienen espacio en los certámenes cinematográficos, nos han organizado ‘El Festival de las Secuelas’: Hellboy 2, Ice Age 3 y Hora punta 3. Premio del público al reclinar de los asientos. Señoras y señores pasajeros: Donostia. Seis de la mañana. Vagabundeo desde la estación de autobuses hasta los confines de la espectacular playa de la Concha. Arribamos al bar de los que empiezan el día y de los que acaban la noche. El bar de los cafés con leche y de las cervezas y de los cruasanes y de las hamburguesas. Aguardamos. Ilusionados. La expectación y los treinta y dos cafés nos mantienen despiertos. Es hora de acreditarse.
“¡¿Qué somos?!”, “Críticos”, “¡No os oigo! ¡¿Qué somos?!”, “¡Críticos!”, “¡¿Y qué hacemos?!”, “¡Criticar!”. Seamos positivos. A ver qué hay en la bolsa de Desigual. Un libro gordo del festival. Un librito pequeño con el resumen de las películas y los horarios. Publicidades varias de museos y alternativas ociosas a tanto cine. Y lo mejor de todo, una acreditación que es como la llave a un mundo nuevo; a un mundo donde las luces se apagan y los ojos se abren… a veces. Diez horas al día dentro de una sala dan para mucho, incluso para alguna cabezadita. Pero ¿a qué hemos venido? Pues eso. Entremos en el cine. Y a la primera no va la vencida; pero sí la vencedora.
(PELO MALO) En la sala uno del Kursaal. Empieza una película venezolana que, por la sinopsis, puede parecer algo mínimo; pero que, por su desarrollo, se va engrandeciendo. No obstante se convirtió a los pocos días en la Concha de Oro del festival. Buen Pelo malo. Junior es un niño que tiene 9 años y el “pelo malo”, obstinadamente rizado. Él se lo quiere alisar para la foto de su escuela, y así verse como un cantante de moda, lo que crea un enfrentamiento con su madre Marta, una joven viuda desempleada. ¿Dónde quedaron los sueños y la niñez? María Rondón, directora del film, consigue una obra periférica y de periferia. Una película con una historia pequeña de la que estirar un debate sobre la homosexualidad, las incertidumbres maternas, la supervivencia y el amor mal entendido. Dura y sensible. Áspera y, en ocasiones contadas, divertida. Poco presupuesto. Gran resultado. Buen título. Sales del cine con sonrisa de satisfacción. Aunque para ser sincero, no esperaba tan pronto encontrarme con el premio gordo.
(LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI) Sección oficial, fuera de concurso. Una gran cola para el pase de prensa. Expectativa ante una nueva película de la montañorrusística obra de Alex de la Iglesia. La película ya está en los cines y se ha convertido en la número 1 en taquilla. Y la verdad es que tiene todos los ingredientes necesarios. Recuerdo cuando, hace años, la gente se preguntaba por qué las películas españolas no tenían ese color, ese sonido, esos tiros y esa sangre que sí tenían las películas americanas. Y Alex de la Iglesia, desde El día de la bestia, le enseñó al público necesitado de acción y blockbusters nacionales que sí se puede; y, además, sin perder un ápice sus inquietudes y sus raíces. Las brujas de Zugarramurdi (ya lo pronuncio y lo escribo a la primera) es también un enorme ejemplo de entretenimiento y de producto comercial. No es carne de festival pero sí de espectáculo productivo. Sin premios. Con rentabilidad.
La película empieza de forma grandiosa y te agarra por las solapas. Un atraco en la madrileña Puerta del Sol, en plena luz del día, realizado por estatuas callejeras es, de largo, lo más memorable y positivo de la película. Un robo a un establecimiento de los de “Compro Oro” que acaba en persecución. Diálogos ágiles y divertidos. Acción y dinamismo de gran calibre. Una primera parte que se va diluyendo cuando llegan a Zugarramurdi y empieza todo el lío de las brujas que encamina la película hacia el alargado y exagerado final. El director quería, como dijo en la rueda de prensa, reírse de la guerra de sexos y entretener, y eso lo consigue; aunque acabas algo saturado. Y el verdadero homenaje a las brujas de la localidad navarra de Zugarramurdi me lo hizo también en la rueda de prensa, pues contó algo que desconocía y que me parece un buen dato para vacilar, pues no todo va a ser Rafa Nadal y La Roja. El dato es, en palabras del realizador: “el concepto de brujería, lo que todos conocemos como bruja, en una enorme medida depende del proceso inquisitorial de Logroño. Es decir, de lo que contaron las brujas de Zugarramurdi que se hacía en el aquelarre de la cueva […] las brujas esas de Halloween, que se presentan en Nueva York o Minnesota, llevan un sombrero que realmente es el sombrero folclórico navarro […] untaban una escoba con una brea hecha con el líquido resultante de apretar un sapo, mezclada con beleño y se la frotaban por las partes sensibles […] de ahí que las brujas lleven una escoba entre las piernas […] y volaban porque entraban en trance”. Un buen documental puede salir de todo esto. Si bien, podemos por ahora contentarnos con Las brujas de Zugarramurdi, una película poco didáctica pero entretenida. En algunos momentos genial y en otros algo cansina.
(LEVAY BAZAHARAIM / FUNERAL AT NOON) ¿Para qué irse a dormir habiendo más cine? ¿Para qué disfrutar de la noche de sábado donostiarra si aún no son ni las doce? Aprovechemos el pase que abre puertas cinéfilas para ver una película de la que nada sé. Dentro de la siempre estimulante sección Nuevos Directores se proyectó el film israelí Funeral at Noon. La ópera prima de Adam Sanderson me dejó algo frío. Perfectamente aguantable debido a su poco extenso metraje —unos ochenta minutos— y a su sugerente fotografía, la película deambula por una comunidad casi atemporal donde la protagonista no encuentra su sitio. Pero en unas ruinas de una aldea abandonada descubrirá su refugio. Una catarsis a su rutinaria existencia que compartirá con el hijo de su vecina. El problema es que esa vida aburrida llega a extrapolarse en exceso a la pantalla y, aunque un trágico conflicto nos hace desperezarnos un poco, la cosa no fluye. Y menos con tanta falta de sueño y tantas tascas rodeando el Teatro Principal. A positivar la espléndida fotografía de un tal Nadav Hekselman. Mañana más. Felicidad. Paréntesis.
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