(PRESUNCIÓN DE CULPABILIDAD) El señor Thomas Vinterberg, junto con su colega Lars von Trier, fue uno de los creadores del movimiento fílmico vanguardista conocido como Dogma 95. La pareja de directores daneses crearon un manifiesto al que se tenía que acoger cualquier cineasta que pretendiera que su película entrará dentro de este “selecto” club. En mi dócil opinión, ese movimiento era más de cámara que de otra cosa; y aunque de ahí salieron excelentes películas como Celebración, del propio Vinterberg; Mifune o Italiano para principiantes, no dejó de ser una anécdota que no se creyeron ni los fundadores. Solo hay que leer las diez normas del manifiesto para darse cuenta de que tanto Trier como Vinterberg se cansaron muy pronto de tanto cautiverio formal y de tanta naturalidad, para aprovechar —ellos que podían— todas las herramientas y toda la magia que les ofrece el cine. Aunque este tema da para una entrada entera, sirva el preámbulo para comentar que Thomas Vinterberg se ha saltado todas las normas del manifiesto dogmático para conseguir una buena e inquietante película llamada La caza. Y si su Celebración nos dejó una espeluznante historia, con La caza nos ha dejado una espeluznante película: con música, con sonido mezclado, con cámaras sobre trípodes, con efectos, con filtros, con armas y con el director apareciendo en los créditos.
Dentro de una sección paralela del Festival Internacional de Cine de Valencia-Cinema Jove, llamada De Valencia a Cannes, descubrí con perplejidad la última película de Thomas Vinterberg. La caza es un thriller dramático que cuenta la historia de Lucas: un cuarentón divorciado que trabaja en un parvulario y que, sin comerlo ni beberlo, es acusado por una niña de haberle hecho “cosas de mayores”. Una mentira que se propaga por la tranquila y fructífera comunidad nórdica en la que vive Lucas y que le obliga a luchar por su honor y por su vida.
Es importante comentar que el espectador es omnisciente y lo sabe todo; es el único, con el protagonista, que puede confirmar la falacia de la niña. No hay juegos en la película, no hay que descubrir la verdad. Algo narrado con maestría por el director, pues deambulas por la sorpresa, el miedo, la indignación y la violencia, durante las casi dos horas que dura la caza (o La caza), metiéndote en la piel del denostado personaje. Amigo de sus amigos, sensible, simpático, siempre dispuesto a ayudar a cualquiera, algo disperso y sin atisbo de maldad, Lucas pasa a ser, mediante una sentencia popular, una persona despreciable, ninguneada y maltratada por la colectividad, aún cuando la policía le declara inocente. Interesante también como el público (o por lo menos yo) pasa de ver a los niños, tan rubitos, tan escandinavos y tan monos, a verlos como los críos de ¿Quién puede matar a un niño? o Los chicos del maíz. Las miradas son las mismas y las bondades impúberes también, pero al ver al pobre Lucas pasándolas putas no puedes verlos de otro modo. Aunque, en realidad, en esta película no hay malos ni buenos; simplemente personas que, como nosotros, se ponen excesivamente nerviosos al escuchar la palabra pederasta. Una obra malrollera que te atrapa y que solamente unos pocos (poquísimos) personajes que apoyan al protagonista sirven como ventanita para coger aire; para ver que ni Lucas ni tú estáis del todo solos.
Mads Mikkelsen, en el papel de Lucas, está soberbio. Sus miradas, sus cambios de registro y su intensidad están más allá del halago. Espectacular. Ganador del galardón al mejor actor en el Festival de Cannes. Un hombre, más o menos feliz, que sabe que el estigma es imperecedero y que la gente ni olvida ni perdona. “¡Pero si no ha hecho nada!”. Ya, pero he ahí la historia de Vinterberg.
Cosas a destacar: La niña que la lía parda es la hija del mejor amigo del acusado, y la relación entre los dos amigos está fantásticamente narrada y es prácticamente el hilo que mueve La caza. La mujer de Lucas no aparece en toda la película, pero está presente en gran parte de ella. El psicólogo infantil obtiene respuestas de la niña de manera casi forzada. El resto de niños, observados por los padres, acaban siendo también víctimas de Lucas; supongo que por eso tan infantil del “pues a mí más”.
La caza es una buena e intensa película que, si bien deja algunas preguntas, te mantiene durante y después de verla. A positivar, además de a Mads Mikkelsen, la sobresaliente secuencia de la iglesia, donde Lucas va a celebrar la misa de Noche Buena con el resto del pueblo.
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