La crítica dipsomaníaca. La estomacal. La que se escribe sin necesidad de aprobación. La que, con el sufragio de unos zuritos, un vermú y algún vino, emerge de la verdad intrínseca de lo visto. Así que, ahí vamos.
Aunque parece ser que Fernando León de Aranoa quería huir del empresario arquetípico, la caricatura (que no lo es tanto) resulta conocida. Quien haya estado alguna vez bajo el tentáculo de una gran empresa, de esas que precisan de una gran plantilla, de un enorme departamento directivo y de muchos amigos en los ambientes poderosos, sabrá que el propietario y muchas veces CEO (sí, hablo en masculino, por desgracia) tiene una peculiar forma de hablar. Se expresa desde lo alto, en posición física y de dominio; hace símiles con grandes familias y botes de remos, tiene un vocabulario peculiar aprendido en burdeles y clubes de tenis y se reafirma con un sentido del humor ridículo, particular y convincente merced a que todo el mundo le ríe siempre las gracias. Eso es El buen patrón, el esperado retorno de Aranoa desde su superfluo Loving Pablo, que nos comadrea las andanzas del señor Blanco (buen color elegido como apellido para el patrón), dueño de Básculas Blanco (jugoso negocio el elegido por Don Fernando). Nada de empresario duro y gritón. La buena jugada de la película son las buenas palabras y sin contenido del líder y su asistencia a los empleados cuando estos la necesitan. Siempre y claro sepan que, a partir de ese momento, les debe un favor. Un padrino de garrafón, con jersey rojo y corbata, que come en asadores. Incluso hay una clara alusión a la película de Coppola. Eso de, “te haré una propuesta”. En definitiva, El buen patrón se ve como acusación de un prototipo (que nunca se verá reflejado) y está bien trabajada, aunque desde un guion algo frecuentado. He pensado en Azcona y me he preguntado que hubiera sacado de todo esto. Aunque, creo que ya lo hizo.
Ya que estamos con directores cincuentones, reanudemos y atravesemos el mar. Paolo Sorrentino ha realizado un filme sensacionalmente disfrutable (he elegido esta grandilocuente adjetivación, qué pasa). Se parece asemeja una de esas películas italianas que descubres de niño (nacido en los 70) y que, por desdicha, cada vez se prodigan menos. De esas comedias de largas sobremesas y diálogos solapados y ofensivos. De esas de Monicelli, Risi, Scola y Fellini. Sobre todo, Fellini. Fue la mano de Dios habla de Nápoles y de Maradona, cómo no. Pero también es autobiográfica y etnográfica. Es muy divertida. Sin embargo, como en el cine de los maestros nombrados en este párrafo, también hay una gran hostia a la vuelta de la esquina. Sorrentino ha dejado su parte esteta para volver a sus orígenes. Muy bien, Don Paolo, imita a Don Federico, pero empieza por el principio. Es más ¿ese final no tiene algo de I vitelloni? La película se podrá ver el tres de diciembre en Netflix.
Al igual que, en la misma plataforma, pero mucho antes (el seis de noviembre), estará disponible una de las películas del festival que, por ahora, aspira a todo. La última aportación de Claudia Llosa a esto de la luz y el movimiento se llama Distancia de rescate. Basada en la novela de Samanta Scheweblin, la obra de la directora peruana habla de los miedos maternales hacia los hijos. Y lo hace con un tratamiento insolente y de contraluz. Da mucho miedo perder a tus pequeños; y lo mejor es retratarlo más cercano al terror que al costumbrismo. Y así ha sido. Con voces en off susurradas que aportan y convierten el libro en realidad. Ojo que no rasque algo. Algo grande.
Como también —debido al jurado temerario, lozano y ruidoso que pondera en esta edición del festival— pueden rascar Earwig (Lucile Hadzihalilovic) y As in heaven (Tea Lindeburg). La primera de ellas es una críptica propuesta con imágenes potentes, mucha niebla y poco a lo que asirse. Va de una niña con dientes de hielo a la que hay que renovarle a diario la dentadura. Y ni por esas logró estimular al personal. Yo, por ejemplo, intenté comprobar si me seguía acordando de la tabla del siete. En serio. La segunda, como la de Lucile, es una candidatura femenina y danesa al Oro. Una película de época rodada en unos granulosos e interesante 16 milímetros, muy bien realizada y de fines ensalzables. ¿De qué va? De la maternidad y de la censura a una sociedad, patriarcal, supersticiosa y ausente, que sustituía el vademécum por la Biblia.
Blue Moon, o Crai Nou en su rumano original, es la película del festival que, a pesar proyectarse el domingo, ya nadie habla de ella. Un disfuncional y violento núcleo familiar y una protagonista tan desubicada como la audiencia. Aun así, tiene secuencias a positivar por su potencial dramático. El problema es la unión de ellas. No así como la china Fire on Plain (Zhang Ji). Ópera prima de su director, se trata una trama de extraños asesinatos a taxistas que esconde mucho más. La investigación y el thriller son solo dos partes de una cortina translucida que dejan ver los problemas sociales de una época y una historia de amor muy particular. Una película muy bien filmada. Cine asiático y eso.
¿Quién ha sido el temerario que ha osado adaptar una novela de nombre ‘Inmodest Acts: The Life of a Lesbian Nun in Renaissance Italy (Studies in the History of Sexuality)’? Pues quién va a ser. Nuestro amigo Paul Verhoeven. Y tranquilidad, que el título del filme es mucho más corto. Se llama Benedetta. Es provocativa, aunque no transgresora. Es juguetona y tiene frases de diálogo potentes. No es lo que yo esperaba de ella. Tanta limpieza formal no ayudó a tanta suciedad narrativa. No son aquellas Delicias turcas ni Showgirls ni mucho menos Instinto básico. Es más como un Robocop jubilado y asiduo a una zona cruising. Quizá por eso es tan entretenida y tan Verhoeven. Porque lo es.
Cerramos esta crónica —que necesito beber agua— con Maixabel. La narración del perdón como recurso de descanso. La película de Icíar Bollaín cita a Maixabel Lasa, esposa de Juan María Jáuregui, gobernador civil de Guipúzcoa, que fue asesinado por ETA en el año 2000. Diez años después, la viuda decidió reunirse con dos de los terroristas. En esta película se describen los encuentros. Algo olvidado para muchos (para mí, por ejemplo), que te hace darte cuenta de que hay que conocer y no olvidar. Y, si no le hacemos caso a las hemerotecas o a las noticias; por lo menos hagámoselo al cine. Con respecto a la notables Maixabel, no creo que un jurado internacional premie algo que le queda lejos en el tiempo, en el espacio y en la memoria. No obstante, hay que decir que la pareja Blanca Portillo y Luis Tosar está algo más que inmensa. A destacar y a positivar todo lo que dice Portillo y todo lo que calla Tosar. La tensión en la comunicación no verbal del actor gallego es algo pocas veces visto. Seguiremos informando. Hip.
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