En una secuencia, prácticamente escondida en los confines del tercer acto, vemos a la protagonista integral de Camila saldrá esta noche (Inés Barrionuevo) hablando con el chico con el que queda de a ratos. Comparten lo que parece ser una causa limeña con forma de corazón cuando Camila le comenta, sin darle importancia, que ha estado con una chica. A él parece punzarle. En esos momentos parten el corazón con el cuchillo para que cada uno se quede su parte. En otro momento del filme, la franca Camila encuentra el compendio de aforismos que resulta de Todo lo bueno es libre y salvaje, de Thoreau, y al público no le queda otra que acordarse de la referencia más famosa que el profesor Keating hacía a sus alumnos; sí, aquella de “fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente”, aquella de “no fuera que al morir me diera cuenta de que al morir descubriera que no había vivido”. La del Carpe Diem. Es así. El recado de la película argentina es más que loable; es actual e ineludible. Camila está creciendo, se está definiendo y se está adaptando a una nueva ciudad. Nadie tiene que decirle cómo hacerlo. Ella decide y así debe seguir siendo, siempre. Lo acentuado frente a lo poco sutil, sin embargo, no ayuda al recuerdo de un ejercicio que reincide en adelantarnos el futuro próximo. Lo que va a venir en la siguiente escena.
En una secuencia, nada escondida, de Josefina (Javier Marco), a Berta no le permiten entregarle un táper con una tortilla de patatas a su hijo que está en la cárcel. Uno de los funcionarios de prisiones que atiende a las cámaras de seguridad y se siente atraído por la madre se encarga de que, cuando el joven recluso llegue a su celda, allí esté la tortilla. Este abre la fiambrera y le falta un trozo. Una porción que, a los pocos segundos, vemos a Juan calentar en el microondas. Es otra forma de contar: sin sobrexplicaciones, sin subrayados innecesarios y sin música que dirige sentimientos. Juan y Berta son dos personas que precisan llenar su vacío. Juan no puede arreglarlo todo mirando tutoriales. Berta busca algo más que silencios. El director y la guionista (Belén Sánchez-Arévalo) disponen intenciones y silencios. El espectador se encarga de componer su propia idea, incluso su propia película. Gran debut.
Así transcurre la 69 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Entras al cine y no sabes si al salir estará lloviendo o habrá sol. E igual que pasa fuera, ocurre lo mismo dentro de las salas. No hace falta sinopsis. Queremos ver qué nos cuentan. Aunque, en I want to talk about Duras (Claire Simon) se nos cuenta todo sin mostrar. Es audiovisual todo este mundo que nos apasiona y no es preciso ver una entrevista (periodista vs. amante de Marguerite) literalmente expuesta. Un diálogo tan cadencioso y musical que parece que te estén meciendo en la butaca. Dos actores hablando durante hora y media se convierten en una composición que pide demasiado esfuerzo. Un esfuerzo que Terence Davies compensa si se sobrevive al primer cuarto de hora de Benediction. Excelente película la del realizador inglés que nos introduce en la vida del poeta Siegfried Sassoon: militar antibelicista, poeta y casado con una mujer para esconder su homosexualidad. En palabras del propio Davies: “Si no encuentras la redención en ti mismo, difícilmente la hallarás a través de otras personas, del arte o de la religión”. Una excelente obra que deja claro que hay que llorar de joven para no quedarse sin lágrimas al final de la vida y que, citando a uno de los personajes, “en la raíz de la valentía está el terror”. Clásico y sensacional el señor Davies.
Zhang Yimou, el gran cineasta chino, razonó con censores para presentar su One second. Un canto de amor al cine. Empieza con arduas dunas en plena tormenta de arena y termina con las dunas en paz y soleadas. Un convicto intenta por todos los medios ver el noticiario que se proyecta antes de una película y, en el cual, aparece su hija. Es una película tan inocua como entretenida y amable. Es muy bonita. Aunque, todo hay que decirlo, le falta un poco de Zhang Yimou.
Cuarteto francés proyectado en el Principal de forma consecutiva. Laurent Cantet y su Arthur Rambo (que no Rimbaud) nos mostró una película rodada cuesta abajo. El hijo, de una madre que prefiere pasar por el mundo sin hacer ruido, ha alcanzado la fama por una novela. Su pasado en Twitter se encargará de que todo sea un espejismo. Las redes son peligrosas. Las redes están polarizadas. Y Karim D (el hijo) se ha metido con los dos bandos. Y eso pasa factura. Louis Garrel, entretenido y accesible como siempre, ha trazado Un pequeño plan… cómo salvar el planeta (sí, es la traducción del título La croisade). Una película donde vemos como Abel y Marianne descubren que su hijo de 13 años ha vendido sus más preciados bienes materiales (aunque tardan cuatro meses en darse cuenta) porque necesita dinero para el plan que ha trazado con otros miles de niños del mundo. Ya sabéis el plan. En Un amor intranquilo, el eficiente Joaquim Lafosse nos presenta en la primera y relajada imagen de la cinta a una mujer durmiendo plácidamente en la playa. Secuencia que dura unos segundos para después sacudir al personal con los problemas de convivir con un marido con trastorno bipolar. Muy duro. Y para cerrar el párrafo galo: el plato grande. Céline Sciamma ha rodado otra maravilla. Y ya van… todas. Petite Maman es maternidad, feminidad y pura magia. No hay que saber nada del último trabajo de la directora de Retrato de una mujer en llamas. Solo hay que verla. Que no os cuenten nada. Fascinante. Una perla.
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