Alanís, de Anahí Berneri puede que fuera la película que tenía más claro lo que quería contar y transmitir. Una dirección visceral, controlada y repleta de matices, unida a una interpretación rotunda, convertía los 82 minutos –algo de agradecer en un festival– de la película argentina en un retrato de la prostitución pocas veces visto. Un filme cuyo protagonista es el verbo “ejercer”. Ejercer de madre es complejo cuando la calle marca tu horario y tu vida; y la actriz Sofía Gala, premiada a la postre con la Concha de Plata, nos exhibió en prácticamente todos los planos lo áspera que es la realidad cuando no perteneces al sistema, al círculo o a la comunidad. Siguiendo con el cine argentino y con la maternidad, llegó Una especie de familia, con la diferencia de que la protagonista, esta vez, era de clase alta y viajaba a la periferia de lo metódico para recoger al hijo que se estaba gestando en un vientre de alquiler. En la película de Diego Lerman, la moralidad y la legalidad no dejan de hacer tirabuzones y –aquí el problema– el guión también. A positivar a Bárbara Lennnie que, sin una línea de texto con sonrisa, aguanta el tipo. Más madres de alquiler, esta vez como coartada, para contar un thriller de asesinos y mutuas de seguros que fácilmente podía haber sido un mediometraje. Porque, de repente, tampoco era cine negro, sino cine de colores incómodos y gratuitos. Love me not, de Alexandros Avranas, pretendía ser la película descarnada del certamen. Pero el año anterior, un polaco de apellido Kowalski dejó el listón muy alto con su Playground.
Dentro del ciclo Cineastas Contados se presentó en Donosti la película Saura(s). En el documental, Félix Viscarret saca el sacacorchos para intentar saber algo del hombre que veía películas de Chaplín con Chaplín, que inspiró a Peckinpah y que hizo que los quinquis ganaran en Berlín el día después de que los guardias civiles lo intentaran en el Congreso. El resultado es un retrato íntimo e involuntario del cineasta; gracias a las (s) del título: sus hijos. No sabremos porqué mató a tantos conejos en La Caza, pero sí descubriremos que su pasotismo familiar y su mirada siempre hacia el futuro le convirtieron en un genio. Buena (y diferente y divertida y emotiva) película sobre un gigante de nuestra filmografía. Símil facilón que me ayuda para hablar de la producción vasca más cara de la historia. Las andanzas del Gigante de Alzo por toda Europa como atracción son contadas por Garaño y Arregi en Handia. El equipo de Loreak no ha perdido, para nada, la sensibilidad de aquella joyita, aunque sí algo de alma. Aún así, el lirismo de imágenes y contextos e, incluso, sus tintes políticos hacen de Handia una película que se ve con agrado. En la edición 64 pasaron muchos gigantes por San Sebastián y el guipuzcoano los supera a todos, de largo.
María Dragus, quien debutara en el cine de la mano de Haneke, hace lo que debe hacer una gran actriz: hacer que resulte creíble su extraordinario don para el piano y su ceguera. Lo del piano tiene su truco, pero el trabajo, con atropello de primeros planos, que hace con sus ojos es espectacular. Interpreta a Maria Theresia Paradis, una joven pianista ciega que es enviada a la mansión de un médico para que le cure su mal. Licht está perfectamente narrada y ambientada; y nos traslada no solo la dureza de una ceguera histérica sino la de una ceguera cultural y de progreso que envolvía la alta sociedad vienesa en aquel Siglo de las Luces. Luces y sombras.
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