Para ser un festival de cine, las películas galas brillaban por su ausencia. Solamente Guadagnino había utilizado la lengua de Marguerite Duras en su italiana producción con encantadores resultados. Sin embargo, esto acababa de empezar y el certamen empezaba a mirar hacia sus francos y adyacentes vecinos para exponer su predisposición. La douleur, de Emmanuel Finkiel, abría la lata de películas francesas con la historia de una joven Marguerite Duras –hilado– asolada por la captura de su marido a manos de la Gestapo. Voz en off, profanación del desenfoque y gente que fuma, para una cinta que se iba macerando conforme avanzaba. Tanto naufragio, sin mociones a debatir, convertían el sufrimiento de la escritora en un monótono ejercicio formal de más de dos horas. La actriz, Mélanie Thierry, cumplía y se positivaba sola; pero no fue suficiente. Y de la contemplación a la verborrea en solo dos calles: un texto casi teatral, de pocos escenarios y hechuras documentales, se nos ofrecía en Ni juge, ni soumise. Una sincerísima y excéntrica jueza que nos invita continuamente a su despacho para asistir a sus divertidas peroratas; cuyos fondos tienen poco mercado para el humor. Maltrato, violaciones, atracos y asesinatos en tono cómico fluyen por su forma y se diluyen en su exceso. Mejoraba la candidatura francesa, aunque la reina aguardaba su nocturna comparecencia.
Visages, Villages, participante fuera de concurso en Cannes, servía en Donosti como homenaje a Agnès Varda. Maravillosa película, que entraba sola y deseabas que no se terminara nunca, nacida de la colaboración entre Varda y el artista urbano y fotógrafo JR. Juntos, viajaban por Francia haciendo grandes formatos de esa mayoría silenciosa que pasa desapercibida pero que necesita ser conocida. Retratan personajes más que interesantes para imprimirlos en su camioneta de revelado instantáneo y fijar las fotografías en muros, trenes, rocas o contenedores del puerto. Hay creatividad, hay denuncia, hay compromiso, hay humor, hay recuerdo, hay romanticismo y hay respeto en las caras y en los lugares. Un filme para no perderse que nació humilde y pequeño y que se ha hecho enorme. Al revés que “la comedia francesa del año” (Le sens de la fête), que se proyectó en la sala enorme del Kursaal, en la que Nakache y Toledano bombardeaban con intransigencia chistes y gags sobre el personal, utilizando como escusa el tema de la organización de una boda. Te ríes, por supuesto, y la felicidad que vi en los espectadores es algo para positivar siempre; pero la comedia necesita algo más de sensibilidad, porque de taquilla va a ir sobrada. Agnès, enséñales algo maestra.
La más francesa y festivalera de las propuestas se proyectaba agazapada a las postrimerías del certamen. Le lion est mort ce soir, dirigida por el japonés Nobuhiro Suwa, despliega afecto por el cine más francés y por uno de sus intérpretes más transcendentales: Jean Pierre Leaud. El niño más importante de la filmografía gala es encontrado 60 años más tarde por otros niños que están rodando una película. Un cine complejo y sencillo a la vez, que funciona como un espejo en su estructura –la primera y la última secuencia son tremendamente lúcidas– y en su contenido. Hay una película fuera y otra película dentro. Pero, para ser sinceros, es una obra difícil de recomendar, porque no fue sencilla de digerir. Un mensaje lleno de mensajes que no fluye con contundencia y, en mi caso y acrecentado por ser sesión de sobremesa, fue arduo dificultoso de disfrutar.
Y, también en un pase de cuatro de la tarde, llegó la sorpresa. Esta vez tocaba cine social, de aumento progresivo en su composición, que utilizaba herramientas del thriller y hasta del género del terror con genialidad. Qué gran director nos espera en Xavier Legrand. Custodia compartida, que así se llama la sorpresa, comienza con una jueza decidiendo si otorga la custodia de Julien de forma compartida a Myriam y Antoine. La madre defiende su caso poniendo sobre la mesa la agresividad de Antoine y este se defiende hablando de descrédito familiar. Tras una larga y necesaria escena narrada con objetividad, el espectador no puede posicionarse. Después, los silencios lo dicen todo: las mirada del niño y una brutal secuencia en una fiesta de cumpleaños son ejemplo de ello, y de gran cine. De repente todo estalla y se lanza, sin titubeos, hacia un último tercio impresionante hasta que la protagonista mira a cámara… y a nosotros. Custodia compartida no competía porque era una Perla. Y qué perla.
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