Escucho Los ayeres muertos de Rafael Berrio mientras me enfrento a exteriorizar sentires sobre La reconquista. Una canción no escogida sino impuesta: es el primer tema que aparece en Spotify. Si una película hace pensar y hace descubrir nunca es una mala película. La última obra de Jonás Trueba no es una involución sobre el primer amor ni una reconquista de la adoración dilapidada, es una película que sucede porque tenía que suceder. “Temo haber vivido mi vida como si ello fuera un simulacro”, canta Berrio en estos momentos, ya es otro poema. La reconquista es un tríptico fílmico de parte central estrecha pero, quizá, la más potente. Una pareja de treintañeros vuelve a encontrarse quince años después de jurarse amor eterno; siempre es así. Deciden pasar una velada de parlamento, concierto y baile. En la parte central, él llega a casa donde su nueva pareja duerme. Ella se despierta y tienen una pequeña charla: lógica, comprensiva, real. La última parte es el flashback hacia la adolescencia. Son ellos, los treintañeros con quince años menos. Hablan por correspondencia aunque sus codos se toquen en el pupitre. Hablan desde el estómago. Al final queda el recuerdo. Y de La reconquista me acuerdo. Sobre todo de un diálogo frente a una tienda de grabados. A ver qué hace Jonás de aquí quince años. “Yo ya me entiendo”, continúa Berrio.
Sin embargo, American Pastoral, la inaugural incursión de Ewan McGregor en la dirección, se me está olvidando. Nada nuevo en Nueva Jersey. Creo recordar que a la pareja más perfecta; a la bella modelo, hija de empresario y perfecta ama de casa, y al mejor deportista del momento y pulcro expediente académico, les sale una hija rebelde y tartamuda. La novela es un Pulitzer y, me cuentan, un magnífico libro sobre el declive del sueño americano y la inestabilidad de la sociedad estadounidense de los 60. La película no es para tanto. No se encuentra ningún sello autoral en la primera película dirigida por Ewan McGregor. Cine bien hecho que no lleva a ningún sitio. Y menos a la memorabilidad. El cartel está muy bien.
Koreeda desfilaba por las salas con su After the storm para enseñarnos lo bien que hace las cosas. ¿De qué va? Ryota fue un prometedor escritor; ya no. Ryota estuvo felizmente casado; ya no. Ryota ahora es detective y se deja lo poco que gana en las carreras, en lugar de pasar la pensión a su hijo. Quiere volver a ser quien era. Una tormenta obliga a la fragmentada familia a pasar la noche juntos. Otra oportunidad. Muy buena película. Más reticencias tengo con la que vino a continuación: Yourself and yours, de Hong Sang-soo. Una nocturna discusión de pareja, zanjada con un “démonos un tiempo” y arrepentimiento matutino. A la mañana siguiente, él sale en su búsqueda. A partir de ahí, todo es identidad y desdoblamiento. Es repetición; bien dirigida, pero repetición. Es… necesito verla otra vez. Sé que no se me hizo larga. Japonés, koreano y otra vez japonés. Rage es la última película a concurso. Su excesivo último tercio hizo que el filme se me desmoronara un poco. El brutal asesinato de una pareja inicia tres historias diferentes unidas sólo por la duda y la sospecha. ¿Quién es el asesino? ¿Son todos? El argumento es intenso, la narración fluida y el apartado formal potente. Sin embargo, algo le falta a la película de Lee Sang-il. Quizá el abuso de la música para mover intenciones o la reiteración de cierres, no le hiciera ningún favor. Aún así hay mucho positivable.
Arrival, de Denis Villeneuve, llegará a mediados de noviembre a nuestras pantallas y estoy seguro de que el cartel de la película irá acompañado de estrellas y frases como “hipnótica, brillante y cautivadora” o “obra fascinante y vertiginosa”. Y, esta vez, esos movimientos publicitarios no se imprimirán exentos de razón. No sé si las imágenes, la música, las interpretaciones, los movimientos de cámara o los efectos especiales no nos dejan ver el fondo de todo, pero me da igual. Si sales con semejantes sensaciones del cine, todo vale: las trampas y la grandilocuencia. Es una película de extraterrestres que llegan, sí. Pero quien espere banderas que ondean frente a una gran casa de madera con un porche donde un niño juega con una nave en miniatura, quien espere un discurso grandilocuente del presidente estadounidense a todo el planeta, quien espere un joven militar dispuesto a darlo todo para que no nos quiten nuestros escasos recursos, quien espere un polvo artificial bajo las estrellas donde la pareja desea que no sea el último, quien espere la secuencia de la gran sombra cubriendo la Gran Manzana, no va a tener suerte. Quien espere una gran película sobre la comunicación, la paciencia y la búsqueda de uno mismo, como individuo y como comunidad, tendrá aquí la película del año. Enorme director, Villeneuve, que se adapta al discurso guionizado como muy pocos y que, cuidado como salga airoso, está preparando la secuela de Blade Runner.
El fin de fiesta fue poco profundo a pesar de ser un biopic sobre Jacques Cousteau. La relación del famoso explorador con su hijo y su cambio, de obsesionado vividor y triunfador hacia ecologista riguroso, acaban por aturdir. Las imágenes de los tiburones cantaban en exceso a 3D y Audrey Tautou, mujer del marino, simplemente envejecía. L’odyssée se repetía mientras buscaba un final que se nos adelantó en su inicio. Una pena.
Posdata de recomendación en orden de aparición:
– La tortuga roja, de Michael Dudok.
– El hombre de las mil caras, de Alberto Rodríguez.
– Vivir y otras ficciones, de Jo Sol.
– Nocturama, de Bertrand Bonello.
– El porvenir, de Mia Hansen-Love.
– Elle, de Paul Verhoeven.
– Lady Macbeth, de William Oldroyd.
– Playground, de Bartosz M. Kowalski.
– Frantz, de François Ozon.
– El invierno, de Emiliano Torres.
– Yo, Daniel Blake, de Ken Loach.
– La reconquista, de Jonás Trueba.
– After the storm, de Hirokazu Koreeda.
– Arrival, de Denis Villeneuve.
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