Harry el Sucio y Walter Benjamín, dos grandes pensadores del siglo XX, ya tenían claro el automatismo de una crítica. Una palabra que no esconde, como muchos piensan, la negatividad en su significado, sino el dictamen. Mientras uno decía que las opiniones son como los culos, que todo el mundo tiene uno; el otro, mucho más prudente en sus formas, dejó bien claro que convencer es estéril. Ni diatribas que alejen ni halagos por defecto. Estaría bien juzgar las películas sin conocer los créditos. Esa frase tan manejada que dice: “es una obra menor de su autor” esconde una calificación adulterada de dicha obra. Nos hace entender que el director es capaz de más, porque ya lo demostró, y puede que, de haber sido su primera película, el resultado nos hubiera correspondido mucho más satisfactorio y la expresión se hubiera convertido en: “gran ópera prima”. ¿Entonces? Separémonos de todo y que sea el gusto, por lo formal y por el contenido, el que nos guíe. Ahora, simplemente, veamos la película. Exactamente veamos las treinta y una películas que hemos calendarizado y que mi opinión no os aleje u os acerque, sino que os provoque curiosidad por la novedad. Siempre novedad. Empieza el festival.
La primera jornada se superó sin sobresaltos, que alguno hubiera estado bien. Se inauguró el festival con una previsible película de lucha contra el gigante. La doctora de Brest, dirigida Emmanuelle Bercot, es, además del nombre del filme, una idealista y humilde neumóloga de provincias que plantó cara hace unos pocos años (historia real) a la segunda industria farmacéutica francesa. Todo comentario a la salida de la sala hacía referencia a otras películas y a la sensación de haberlo visto todo antes. Su extenso metraje y sus finales reiterativos no ayudaron en demasía. La actriz, que en alguna quiniela entraba y es lo mejor de la composición, hacía lo que podía ante un guión repleto de lugares comunes. Acababa de empezar el certamen y estábamos frescos; algo que no le pasaba a la película. No pasaba nada, el cine francés continuaba con Orpheline, una cinta mucho más francesa, mucho más compleja y con Sergi López. La historia de cuatro mujeres –o de una–, en diferentes etapas de su vida, todas ellas tocadas por el infortunio, es tratada con palpitación narrativa y fragmentación extenuante que en momentos apasiona y en momentos irrita. Lo mejor de la película de Arnaud des Pallières es su in crescendo. Las mujeres reducen su edad y el relato aumenta su interés. El segmento de la niña y su sombrío juego del escondite esconde en sí mismo un cortometraje digno de ser premiado.
Los siete magníficos se ha convertido en un anuncio de Benetton. Kurosawa y mi niñez dieron el beneplácito a la versión de John Sturges y Pixar y sus Bichos ensancharon la percepción. Pero, claro, faltaban tiros, indios, chinos y un villano de mirada alienada al que sólo le faltó acariciar un gato. La historia, olvidados ya los guerreros japoneses, es simplemente un western de entretenimiento alargado hasta la fatiga, con una parte final de tres cuartos de hora de detonaciones y un argumento que se diluye en su obligación de recreo. Nada que reprochar ni nada que encumbrar.
Tocaba la pausa controlada frente ante tanto desenfreno. The Red Turtle, a pesar de (o gracias a) empezar a las doce de la noche, de su ausencia de diálogos, de su espectro de reducción hacia lo esencial, de su intención de contar toda una vida y mil vidas y de ser una película de animación, fue lo mejor de la primera jornada. Metáforas en una isla desierta dignas de contemplación. Se disfrutó.
El sábado, de nubes y claros paliados por la intención, empezaba con El hombre de las mil caras, del siempre esperado Alberto Rodríguez. Cine ideal para ser lo primero en encontrarse tras el sueño. Dinamismo matutino, que me recordó en las formas a Il divo de Sorrentino; caricaturesca y excesiva pero bien narrada y donde los hechos se exponen, así, más claros que en un documental. Las patrañas de Paesa y Roldán parecían aburridas para su representación. Pero Rodríguez, Fernández y compañía han demostrado que no. Ya está en los cines y es muy recomendable. A positivar a Julio de la Rosa y su banda sonora adaptada perfectamente al discurso; una vez más. Llega el final y toca arrancar hacia los cines Trueba para contemplar lo que al final sería la Concha de Oro. I am not Madame Bovary tiene un gran inicio que me recordaba a los clásicos del neorrealismo italiano, en serio, pero que evolucionaba hacia la clonación de secuencias. Proyectada sobre un circulo con el resto de la pantalla en negro, el formato acabó canibalizando al contenido. En esta película, dirigida por Xiaogang Feng, se narran los enredos de una mujer china de provincias que hace lo que sea para que se escuchen sus intenciones: llega hasta donde tenga que llegar y demanda a quien tenga que demandar para que, por lo menos, se le escuche. Burocracia y crítica al gobierno vistas a través de una mirilla. Interesante en la comedia y algo perezosa en el drama. Yo no esperaba, para nada, que se llevara el premio gordo. Todo hay que decirlo.
La digestión, tras el parón de la comida, se hizo apreciando Vivir y otras ficciones. Una película a la cual me obligué a ir, debido a que conocía al cartelista, y que fue una gratísima sorpresa. Cine valiente en el Principal. En el filme se nos revela la amistad y complicidad entre una persona mayor, recién salida del psiquiátrico, y un escritor tetrapléjico que se revela contra la sociedad para conseguir lugares donde las personas con diversidad funcional puedan disfrutar de su sexualidad. Es ficción y es realidad. Supongo que la mayoría de espectadores necesiten conocer si es real lo que se nos cuenta en la pantalla. Sin embargo, solo hace falta saber que es cine de verdad que trata problemas de verdad. Como dijo Pepe Rovira en la rueda de prensa: “Nunca he estado en un psiquiátrico. Pero estaré”. Buena película, de un enorme realismo, que debió haber competido por la Concha. Pero no, extrañamente y visto lo visto, estaba fuera de concurso. Y no soy partidista.
En The Oath, el director de Everest y Contraband, competía mostrándonos lo que un padre es capaz de hacer para que su rebelde hija (está en la edad) no salga con un traficante. Hay padres que no aguantan nada. La película se ve igual de bien que se olvida. Es más, pasaban los días y parecía que nadie se acordaba de ella. Un filme correcto que tiene poco que aportar. Sí es interesante el ambiente islandés: es fácil realizar cualquier crimen, por ruidoso y deslavazado que éste sea, en dicho escenario, pues las calles de Reikiavik están desiertas a cualquier hora. Al revés que las calles del Casco Viejo de San Sebastián a la salida de la sala. Aún le quedan un par de horas al sábado.
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