Jafar Panahi ya no es director de cine. Ahora conduce un taxi por las calles de Teherán. El realizador iraní que recibía osos, leones y leopardos en los grandes festivales, lucha también contra las fieras que lo acusan de hacer cine contra el estado. Y desde ese vehículo que no es un plató ni un decorado y con esos pasajeros que no son actores ni lo pretenden, Jafar nos facilita sus enseñanzas; no sólo sobre la libertad, el amor a su trabajo o la denuncia social, sino sobre la aparición de las musas e, incluso, sobre la crítica cinematográfica. Nos cuenta que no solamente hay que ver películas y leer libros para tener ideas. “Esos libros ya están escritos y esas películas ya están hechas. Hay que levantarse del sillón”, le comenta a un comprador de cine de estraperlo y cineasta en proyecto. A continuación, al ser inquirido sobre qué películas le gustan más, Panahi contesta que todo el cine es bueno y que son los gustos personales los que convierten una película en una buena película; una filosofía muy en la línea editorial de A Positivar.
Hablo de Taxi Teherán, la película ganadora este año del Oso de Oro en Berlín y que, perfectamente, podía haberse llevado también la Concha. Y de la mejor película pasamos a la peor: Lejos del mar. Temas valientes aparte, Imanol Uribe ha realizado un film tan unánime para los que la contemplaban que no puede sino llevarse la Concha de barro. Que la hija de un asesinado por ETA acabe encontrando años más tarde al ejecutor, hacía presagiar que podíamos encontrarnos ante la versión vernácula de La muerte y la doncella. Pero no. De repente, entre las risas del personal y las cejas arqueadas de incomprensión, ingresamos en una historia de amor, sexo y vello púbico sin justificar. Hay desidia en el diálogo y ciertos movimientos que convierten el drama en comedia involuntaria.
Y entre estas dos películas se encuentran las demás. Con una floja sección oficial, la muerte sobrevolando la mayoría de las temáticas y unas perlas que hacían justicia a su nombre, la 63 edición del Festival Internacional de cine de San Sebastián ha tenido de todo. Vayamos por partes y empecemos en orden alfabético. Amenábar te toca.
(REGRESIÓN) Entre el vaho del parabrisas, el crucifijo sobre el espejo retrovisor y la lluvia del exterior se deja entrever un cine de escuela —escuela Hollywoodiense—. Inquietante respiración entrecortada y plano subjetivo para que los personajes miren a cámara con recelo hasta llevarnos al protagonista total de la obra. Aparece Ethan Hawke y, muy pronto, tu cabeza piensa en un déjà vu fílmico por el que pasan muchos realizadores (importantes eso sí); sin embargo, no hay rastro del director español. “Me llamo Ángela. Me van a matar”. Amenábar nos abría los ojos a un cine necesitado por estos lares: un cine que no perdía su peineta pero que dejaba entrever que ahí estaba alguien que podía hacer algo importante. Y así lo fue demostrando. Pero ya no hace cine de “aquí” como el de “allí”. Ahora hace cine de “allí” como el de “allí”. El problema es que no destaca. Es formalmente correcto, de recurso académico y música de violines que asustan ante su estruendo. Sectas satánicas en Minnesota, forcejeos entre religión y lógica, investigaciones policiales y la sensación de que en toda la película no ha salido el sol es mi sensación de la Regresión de Alejandro Amenábar. Una película que vista desde el reposo, todavía me parece una película más de las que llegan, sin despuntar, de los USA. Vuelve a casa a ver qué pasa.
(PIKADERO) Siempre está bien ver a los nuevos directores. Pikadero llamaba la atención, además de por su sugestivo título, por ser una coproducción entre España y Reino Unido, dirigida por un cineasta escocés e interpretada en euskera. Una mezcolanza interesante que nos contaba la historia de un impertérrito personaje que no tiene un lugar donde follar con su actual pareja. Y claro, eso jode. Con ese punto de partida Ben Sharrock nos habla del poco futuro que tienen los jóvenes por culpa de la crisis y de la apatía que eso puede producir. La necesidad de explorar fuera de nuestra zona de confort o el conformismo están presentes en Pikadero a lo largo de todo el metraje. Una película por madurar. Apunta muy buenas maneras, pero se le ve en exceso sus ganas de diferenciarse formalmente. Seguiremos investigando.
(THE ASSASSIN) La perla de Hou Hsiao-hsien es algo que parece importante, sobre todo visualmente. El problema es digerirla en sobremesa. La china del siglo IX; los nombres que me lanzan, obviamente complicados de pronunciar y más de retener, y que la acción sea con cuentagotas me dejan algo obnubilado, en el peor sentido de la palabra. Es bello lo que veo sí, pero yo necesito algo más; bastante más. Vi a mucha gente aplaudir con fuerza tras la proyección, pero también vi a mucha gente dormir durante la misma. ¿Quién sabe? ¿Quizá algunos hicieron las dos cosas?
(TRUMAN) La primera jornada nos guardaba lo mejor para el final. Cesc Gay nos muestra cuatro días en la vida de dos grandes amigos que han quedado para la despedida definitiva. Uno de ellos se muere y quiere dejar las cosas en su sitio y a su perro con una buena familia. Una película amable y en la que te ríes a pesar de su duro argumento. No alecciona ni sucumbe ante los melocotones en almíbar o el drama fácil. El director utiliza la futura tragedia y el humor, tejidos de una manera ejemplar. Imponentes Ricardo Darín y Javier Cámara, han acabado llevándose el premio al mejor actor. Los dos. Aunque si tengo que matizar, lo de Darín llevando a su perro de un lugar a otro era de maestro; pues estaba haciendo lo mismo con todos los espectadores.
Continuará.
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