Llevaba un par de semanas intentando ver la última película de Isaki Lacuesta en versión original. Tres idiomas tratados con la naturalidad de aquellos que lo esgrimen en su ambiente. Simplemente quería oír hablar a los actores. Catalán, francés y castellano conversado sin polémica y con una lógica aplastante después de ver delimitados a los personajes. Llevaba un par de semanas queriendo ver la última película de Isaki Lacuesta porque quería ver su siguiente movimiento. Esos cambios de humor cinematográficos y de formato que lo zarandean entre la genialidad y la colisión. Llevaba un par de semanas queriendo ver La próxima piel de Isaki Lacuesta e Isa Campo y me encontré una sala vacía.
Gabriel desapareció en las montañas heladas de su localidad cuando tenía ocho años. Ahora, casi en la mayoría de edad y cuando todos le daban por muerto, aparece en un centro de menores francés y responde al nombre de Léo. Habiendo pasado gran parte de su adolescencia en extraños apeaderos, ahora debe integrarse de nuevo en un núcleo familiar con la constante sospecha, de aquellos que le rodean, de si es realmente quien dice ser.
El inicio es un deshielo y lo que viene a continuación también. El filme no estaba nada vacío. Es La próxima piel, o parece ser, el resultado de un guión a tres voces donde el debate ha germinado en un ritmo reflexionado y en una resolución de secuencias ejemplar. Un muy buen thriller, con remansos costumbristas y familiares, de ambiente tan hostil como un camping o una estación de esquí fríos y desiertos. Es metraje tan accesible de contemplar como complicado de lograr. Los actores están magníficos moviéndose por ese paraje que se desmorona y la fotografía y la música redondean esas agitaciones.
Hay dos locales en esa localidad fronteriza del Pirineo Catalán: un prostíbulo y un bar. En el primero acontece un diálogo donde las dudas y las seguridades se nos muestran y nos asignan nuevos matices para seguir indagando. En la taberna sobran las palabras por el sensacional cuadro que ahí se nos presenta; miradas, bailes, abrazos y una cosa clara: una madre es una madre. Secuencia a positivar.
Vamos, que estuvo bien tener un cine para mí sólo. Pero también fue extraño. Fue una pena.
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